El término “virtuoso” lo conocí desde pequeña cuando estudiaba piano. El “Hanon” era un libro de ejercicios cuyo objetivo era llevar a los estudiantes de música a una ejecución clara, nítida y expresiva, es decir, a una perfecta ejecución. Para ello se requería constancia, dedicación absoluta y disciplina férrea. Estoy consciente de que se necesita mucho más que práctica para alcanzar el estado de virtud que lograron genios como Mozart o Beethoven, pero es importante reconocer el valor de la voluntad y del esfuerzo para buscar el virtuosismo, aunque es esencial también la parte del talento.

Toda virtud tiene por finalidad el que la persona crezca en humanidad. Cuando son sobrenaturales, como la fe, esperanza y caridad, se reciben como gracia, y buscan que el hombre, hijo de Dios, llegue a la unidad y a la identificación con Cristo. Una virtud es un hábito operativo bueno porque implica todo un trabajo para desarrollarla y llevarla a plenitud.

He estado meditando en el tema de las virtudes porque me estoy preparando para renovar mi consagración a Jesús por María según el espíritu de San Luis Grignon de Montfort. Se elige una fecha especial para este acontecimiento y se viven antes treinta y tres días de reflexiones y oraciones. En sus libros: El Verdadero Tratado de la Virgen María y El Secreto de María, San Luis presenta este camino, novedoso y directo, de entrega total y generosa a Jesús de la mano de Santa María. En estas obras destaca las virtudes que caracterizan a la Virgen y que podemos hacer parte de nuestro plan de vida: a) Humildad profunda, b) fe viva, c) obediencia ciega, d) continua oración mental, e) mortificación en todas las cosas, f) pureza incomparable, g) caridad ardiente, h) paciencia heroica, i) dulzura angelical y, j) sabiduría divina.

En la oración que presenta San Luis María a Nuestra Señora pide precisamente sus virtudes: “Que la luz de tu fe disipe las tinieblas de mi espíritu, tu humildad profunda ocupe el lugar de mi orgullo, tu contemplación sublime detenga las distracciones de mi fantasía vagabunda, tu continua vista de Dios llene de su presencia mi memoria, el incendio de caridad de tu corazón abrase la tibieza y frialdad del mío: cedan el sitio a tus virtudes mis pecados, tus méritos sean delante de Dios mi adorno y suplemento. En fin, queridísima y amadísima Madre, haz, si es posible, que no tenga yo más espíritu que el tuyo para conocer a Jesucristo y entender sus divinas voluntades”.

Una santa del siglo XVI que también habló de virtudes o disposiciones para que Dios pudiera realizar en ella sus operaciones fue Santa Magdalena de Pazzi, carmelita florentina, cuyo tema central, tanto en su vida como en sus escritos, fue el amor. Ella mencionaba doce virtudes esenciales: 1. Humildad profunda, 2. Voluntad dócil, 3. Memoria sin vivacidad, 4. Intelecto muerto, 5. Afecto vacío, 6. Caridad intrépida, 7. Íntima mansedumbre, 8. Paciencia perseverante, 9. Mente sincera, 10. Justicia decidida, 11. Amor a Dios y 12. Amor al prójimo.

Cada una de las virtudes de la Virgen María y de Sta. Magdalena de Pazzi nos puede servir de invitación o como guía para un examen de conciencia. En estos tiempos donde se busca siempre dar vuelo a la imaginación, donde la memoria se ha vuelto un lugar para guardar resentimientos, donde reinan el egoísmo y la necesidad de sobresalir, donde la fe se ausenta cada vez más, donde hay poco interés por la formación en temas de verdad o conciencia, donde se exalta el sentimentalismo y se descuida la oración, valdría la pena reconsiderar la importancia de buscar una vida virtuosa.

El virtuosismo en la música requería de habilidad extrema y técnica impecable, unidas a un don recibido, que permitían la entrega total del corazón a este arte. Las virtudes en nuestra vida nos ayudan a generar la mejor versión de nosotros mismos y son aliadas maravillosas para lograr la felicidad. Una vez que se adquiere una virtud es más sencillo el ir entrando en el camino de las demás.

Termino con una frase que le escribió Raissa Maritain, filósofa y poeta, a su esposo Jacques: “Ayer tuve una buena mañana. Una vez más entré en mi oración y volví a encontrar lo que Dios quiere de mí: Gentileza, humildad, caridad, simplicidad interior; es todo lo que me pide. Y de repente, vi claramente porqué estas virtudes son necesarias: porque a través de ellas el alma se vuelve habitable para Dios y para nuestros hermanos, en una forma íntima y permanente. Ellas hacen de nosotros una celda agradable. La dureza y el orgullo repelen, la complejidad nos quita la paz. Pero la humildad y la gentileza dan la bienvenida, y la simplicidad la reafirma.”

 

MARTHA MORENO

VOCES EN EL TIEMPO