Una de mis frases preferidas del libro Radiaciones del escritor Ernst Jünger es: “¿Quién conoce las consecuencias de una mirada que nos rozó furtivamente? ¿Quién conoce el efecto de la plegaria que por nosotros rezó un desconocido?”. Si la oración de un desconocido puede tener una gran fuerza, ¿qué pasará con las oraciones continuas, constantes y confiadas de las personas que están cerca de nosotros? ¿Y si la oración por el ser amado se convierte en la principal misión de una persona, que combina con un ofrecimiento total de su persona a Dios?

La historia de la francesa Elisabeth Leseur es un verdadero tratado de esperanza para nuestro tiempo que ya no cree en la acción de Dios sobre nuestras vidas. Nos hace descubrir la fuerza de la oración y del abandono total en Dios. En julio de 1889, una pareja enamorada contrajo matrimonio en un templo en Paris. Elisabeth se enteró hasta el día de la boda que su novio, Félix, era agnóstico y no quería saber nada de la fe católica que le inculcaron sus padres. Él se estaba iniciando en su carrera como médico y en su interior albergaba el propósito de involucrar a su ahora esposa en tantos asuntos del mundo para que olvidara su religión. Ella tenía muy claro que el sacramento del matrimonio era una gracia muy grande para ambos, aunque su esposo no entendiera la dimensión espiritual de su compromiso con Dios.

Como matrimonio llevaron una vida de amor, virtud y alegría. No pudieron tener hijos y eso los hizo acercarse más a sus sobrinos y a toda su familia. Elisabeth siempre honraba a su esposo con muchas atenciones, demostrando su cultura con las amistades del medio profesional de Félix y siempre viviendo la hospitalidad. No tocaban el tema de la fe. Las personas con las que trataban venían de ambientes anticlericales, pero eso no le impidió a ella el darse a querer, ser dulce y muy servicial. Félix aceptó que Elisabeth viviera sus creencias, pero muy seguido se burlaba de ellas. Elisabeth tuvo una crisis de fe que superó gracias a que su esposo le dio a leer un libro sobre Jesús, que había hecho perder la fe a muchas personas. A ella le pasó exactamente lo contrario: al darse cuenta de las falacias de ese autor se puso a querer conocer mejor su religión y a orar más. Su vida espiritual era difícil porque no la podía compartir con su esposo. Algo que le ayudó mucho fue escribir un diario espiritual. En enero de 1906 escribió lo siguiente:

“Silencio sobre mis pruebas y dificultades; silencio sobre mi vida interior y sobre lo que Dios ha hecho continuamente en mí; silencio sobre mi alma; silencio sobre las realidades sobrenaturales; sobre mis deseos y sobre mi fe. Creo que ese es mi deber y, mientras espero la Hora de Dios, debo compartir a Jesús sólo con mis oraciones, sufrimientos y mi ejemplo”.

Elisabeth siempre le pedía a Dios por una total comunión con su esposo. En una carta elevó así su oración: “Mi Dios, ¿me podrás dar algún día, pronto, la gran alegría de la total comunión con el alma de mi querido esposo, con la misma fe orientada hacia Ti, por él y por mí?”.

Elisabeth tuvo muchos problemas de salud que siempre ofreció a Dios. Las actitudes hostiles de Félix ante la fe de su esposa se suavizaron al verla sufrir. Antes de morir, Elisabeth le dijo a su esposo que él se convertiría y sería religioso. Ella fallece de cáncer en los brazos de Félix en el año de 1914. Félix encontró su diario y a pesar de realmente no entender lo que su esposa escribía por las honduras espirituales, esa lectura lo hizo sentir la presencia viva de su esposa que extrañaba muchísimo. Félix volvió a muchos de los lugares que visitó en tiempos felices con su esposa. Fue en Lourdes donde, sin pensar, se hincó y empezó a rezar, pronunciando oraciones que su mamá le había enseñado de niño. Al volver a Paris decidió leer los libros que mencionaba su esposa en su diario y por consejo de un amigo se dispuso a platicar con un fraile dominico. Cada vez sentía más fuerte la misión de dar a conocer lo escrito por su esposa. Su conversión fue tan radical que decidió dejar su vida cómoda y de alto nivel para profesar en la orden de Sto. Domingo. En ese entonces Félix tenía 53 años. Su misión particular fue la de dar a conocer el estilo diferente de santidad de su esposa y promover su beatificación. El velo de silencio de Elisabeth dio fruto. Su sacrificio, su oración, su forma de transmitir a Jesús sin palabras durante su vida, y con la fuerza de sus palabras habiendo ya fallecido, fueron las herramientas necesarias para que su esposo se encontrara con Dios a través de ella. Las Cartas sobre el sufrimiento de Elisabeth, dirigidas a una amiga religiosa, son un gran tesoro espiritual.

El testimonio del matrimonio Leseur me recuerda el estilo de santidad vivida por San Carlos de Foucauld. Una santidad que llevaba a Cristo en el Santísimo Sacramento ante los tuaregs en Argelia, aunque no utilizara palabras ni acciones precisas. Presentar con el corazón a Jesús es la clave. Al presentar a Jesús se presenta el amor. Y es Jesús el que actúa, nosotros no. El fruto del ofrecimiento de Elisabeth no sólo fue la conversión de su esposo. Elisabeth dejó huella en todas las amistades que fomentaban y después de la publicación de su diario fueron muchas las personas que reconocieron el ejemplo de vida de Elisabeth y se lo hicieron saber a Félix.

Termino con algunas resoluciones que dejó escritas Elisabeth y que definitivamente las llevó a su vida:

“Yo resuelvo esconder mi vida espiritual y, en gran medida, mis sufrimientos, intereses y ocupaciones personales y materiales bajo el velo del silencio.

Resuelvo construir mi vida espiritual con cuatro sólidos fundamentos: humildad, renuncia, obediencia y pobreza de espíritu, porque de ahí vienen la vida interior y la perfección cristiana.

Resuelvo hacer crecer mi vida espiritual y mi existencia practicando la oración, la penitencia y la caridad”.

Voces en el tiempo
Martha Moreno