Sigo escribiendo Voces en el Tiempo porque hace falta traer de nuevo, a nuestros ambientes y a nuestras conversaciones, las historias de personas que se encontraron con la Verdad y sus vidas se vieron transformadas por su descubrimiento. La mayoría de las veces les presento vidas de santos, de justos en camino a ser santos, de conversos, de artistas que vislumbraron a Dios o escritores con llamados especiales. Hoy, en esta Semana Santa, me siento especialmente feliz de poder compartir un testimonio que conocí por mi papá.

Entre las actividades favoritas de mi papá, una fue la de ser coleccionista. Coleccionaba cartas, escritos, recuerdos, objetos con simbolismos especiales, fotos, libros antiguos y siempre música (cancioneros). Hace muchos años, él me enseñó un cuadernillo titulado El Dolor y la Fe. Me dijo que lo había escrito un pariente suyo (primo de su bisabuelo, de nombre León Escobar) y hablaba de su vuelta a la fe por motivos de enfermedad. En su momento lo leímos juntos y platicamos sobre su historia.

Durante el tiempo de enfermedad de mi papá, en la que perdió la capacidad de comunicarse verbalmente, él puso en mi mano otra vez ese librito. Me senté con él y se lo volví a leer. Sus ojos se llenaban de lágrimas y, por supuesto, los míos también. Me tomó varios días terminar de leérselo, a pesar de ser muy pequeño. Mi papá se distraía. Lo bonito fue siempre, antes de iniciar la lectura, hacer una oración ofreciendo el sufrimiento del momento a Dios. El testimonio, que dejó escrito León Escobar sobre su dolor, estaba dando fruto, porque invitaba a otros (los que vendrían detrás de él) a adentrarse en el misterio de la Cruz, que siempre lleva a la Resurrección.

Al iniciar su exposición, León Escobar medita sobre un reajuste: “A todas las cosas, lo mismo que a los seres humanos, se les llega un momento en que tienen necesidad de pasar por un reajuste. Mi penosa enfermedad, el tener que abandonar el trabajo, así como muchos viejos hábitos y costumbres, el sentirme prematuramente viejo e inválido, mis largas noches de insomnio en que me venían toda clase de desesperaciones, me han hecho percibir más claramente el momento que vivo, han hecho luz dentro de mi espíritu, y han logrado que renazca mi fe cristiana, que estuvo dormida por muchos años”. Durante ese tiempo de reajuste le vinieron a su mente muchos recuerdos que lo hicieron sonreír: el ambiente sano y cristiano de su familia, su Primera Comunión, su padre llevándolo a él y a sus hermanos al templo y a las fiestas del pueblo, los consejos de su madre. Su padre murió repentinamente cuando él tenía 13 años y por eso tuvo que interrumpir sus estudios e iniciarse como ayudante de maestro. Con su esfuerzo logró buenos puestos de trabajo y por 33 años fue banquero.

Más adelante le llegó la enfermedad y eso terminó con su ánimo. No tenía consuelos ni formas de entender su vida lastimada. Algo que le ayudó a iniciar su regreso a la fe, fue el enterarse del éxito en Paris (exposición universal) del escultor Jesús Contreras. Con su obra Malgre Tout, que significa: a pesar de todo, me levantaré, le dio ejemplo de resignación cristiana y de esperanza en la adversidad. Ese artista había perdido su brazo por cáncer y haciendo un gran esfuerzo, con su otro brazo, cinceló en mármol una estatua, representando a una mujer a quien la desgracia la tiró en la tierra, pero ella seguía tratando de levantarse. Escobar se dio cuenta de que la única fuerza que lo levantaría sería la de Cristo. Después de narrar su conversión y vuelta a los sacramentos, León Escobar incluyó una carta a un compañero de sufrimiento, buscando darle consuelo y ayuda. Les comparto algunos de sus consejos: “Sé que las notas de mi Vía Crucis encontraron eco en su corazón… Su dolor le está pidiendo fe a gritos, désela con abundancia, verá qué gran placer hay en ser humilde. Diga usted con todo el sentimiento de que sea capaz su corazón: – Por todas mis angustias, por el dolor más grande, Jesús crucificado, Jesús ensangrentado, ruega por nosotros al Padre, para ser perdonados por tus lágrimas y rescatados por tu sangre -”.

Jesús nos sigue redimiendo y viviendo su dolor con nosotros y por nosotros. Nos seguimos moviendo en el misterio del más grande amor que implica sacrificio. Termino con estas palabras de un hombre que tuvo el valor de dejar por escrito su testimonio de encuentro con Jesús en la adversidad: “Agoté los recursos de la ciencia sin experimentar mayor alivio, me consideré desahuciado y en mis largas noches de dolor se fue apoderando de mí la desesperación y la obsesión del suicidio. De este abismo vino a sacarme la mano de la Divina Providencia, que movió mi corazón hacia el bien y derramó en mis llagas el bálsamo del consuelo”.

Voces en el tiempo

Martha Moreno