En la era digital el hombre se ha entronizado como dueño del universo y como manipulador de las fuerzas del cosmos. Ya hemos visto el resultado de la mirada puesta sólo en el ser humano: un mundo sin alma, un mundo sin corazón y un mundo sin espíritu. Esas mismas palabras las dijo el escritor Pieter Van der Meer, pero refiriéndose a la era atómica y de campos de concentración. Sigue pasando lo mismo. Hemos quitado a Dios y todo se ha venido abajo. Sin embargo, la sed de infinito no se ha perdido. Estamos hechos para Dios y Él nos sigue buscando. Somos sus hijos muy amados. Cuando nos dejamos encontrar por Él, es cuando encontramos a nuestro prójimo y nos encontramos nosotros mismos. Y ese encuentro se da en el presente que nos ofrece sorpresas y continuas invitaciones de Dios. Cuando vivimos nuestras horas y segundos como parte de una realidad más grande que la meramente física o regulada por el reloj, cuando entramos en una vida litúrgica fundamentada en Cristo y en la tradición de nuestra Iglesia, descubrimos recursos y regalos que nos hacen crecer en virtud y nos enseñan a ver la vida como una fiesta que no termina.
El año litúrgico está iniciando con el Adviento. Todo es esperanza, todo es preparación. Me parece muy importante valorar el año litúrgico como una oportunidad de vivir el presente, el aquí y el ahora, como un tiempo de eternidad. La escritora inglesa Caryll Houselander describió de una manera clara y hermosa el significado de la liturgia en nuestra Iglesia: “La expresión suprema en la tierra de la rítmica ley de Dios es la liturgia. La liturgia expresa cada pasión, cada emoción, cada experiencia del corazón humano. Es la canción del mundo entero; pero es mucho más: es la canción del amor de Cristo en el hombre, la voz del Cuerpo místico de Cristo levantada hacia Dios, toda nuestra pertenencia y adoración, todo nuestro amor incoherente, llevado al metro tremendo de la liturgia y levantado en la voz de Cristo hacia nuestro Padre del cielo”. Vivir el año litúrgico nos hace ser parte de ese canto y nos ayuda a centrar nuestra vida en Cristo. Cada día del año litúrgico es una puerta abierta a la celebración, a la atención y al reconocimiento del misterio.
El año litúrgico vivido en familia es una fuerte protección contra la confusión que impera en el mundo. Un ejemplo muy bonito que encontré sobre esto es el de la familia Von Trapp que, durante la Segunda Guerra Mundial, tuvo que escapar a América. María Von Trapp (La Novicia Rebelde) escribió que la vivencia del año litúrgico en su familia fue una manera de salvarla y de no perder su esencia al llegar a Estados Unidos. Para ella fue como trasplantar un árbol con raíces y tierra original. Cada estación y fiesta del año litúrgico les ayudó a permanecer en la fe y en los valores cristianos cuando se tuvieron que enfrentar con una cultura materialista y hedonista. Para el Adviento, Cuaresma, Pascua, tiempo ordinario, días de santos, fiestas de la Virgen y solemnidades, tuvieron formas especiales de participar y celebrar, que incluían oraciones, música, lecturas y hasta comidas que se fueron volviendo tradiciones. Lo más lindo fue la manera cómo les fueron dando misiones a sus hijos para que ellos se ilusionaran al ir entendiendo el mensaje de Jesús, en un ambiente de alegría y de servicio.
Ahorita estamos en Adviento. Es un tiempo de preparación espiritual, de paciencia y espera por la Encarnación, de alistar nuestros corazones para Jesús niño. Es el tiempo de imitar a María en su llevar a Jesús a todos los ambientes. Durante el Adviento celebraremos a la Virgen María en su Inmaculada Concepción, como Nuestra Señora de Loreto y Nuestra Señora de Guadalupe. Hay santos maravillosos que recordaremos en estos días y que nos mostrarán formas específicas de ser otros Cristos: San Nicolás de Bari (6 de diciembre), San Ambrosio (7 de diciembre), San Juan Diego (9 de diciembre), Santa Lucía (13 de diciembre) y San Juan de la Cruz (14 de diciembre), entre otros. Aquí y ahora, en este Adviento, se nos brinda la oportunidad de centrarnos en lo esencial e ir contra la corriente que nos invita a festejar sin Cristo, a consumir sin pensar en los demás, a llenarnos de ansiedad y a perdernos en exigencias que nos quitan la paz.
¿De qué maneras podemos entrar en el Adviento como parte del año litúrgico que va iniciando?
Les comparto algunas ideas:
- Vida sacramental: Eucaristía, Confesión.
- Oración diaria y visitas al Santísimo.
- Practicar obras de misericordia.
- Celebrar a María y a los santos de este tiempo. Leer sobre ellos.
- Llevar un diario de Adviento
- Iniciar tradiciones o continuar las que ya tenemos.
- Reunirnos en familia para orar y encender las velas de la Corona de Adviento cada domingo.
- Vivir el verdadero sentido de las posadas.
- Hacer ejercicios de paciencia.
- Meditar el Evangelio de San Lucas y el libro de Isaías.
- Elegir música especial para cada día e invitar a Jesús a disfrutarla con nosotros.
- Compartir el verdadero sentido del Adviento con nuestro prójimo.
Ojalá todos los cristianos y los no cristianos descubrieran todas las riquezas que nos ofrece la Iglesia con el Año Litúrgico. El Espíritu Santo se va haciendo presente en nuestro presente. Y ese presente se vuelve sacramental al ir descubriendo la presencia de Dios invisible en todo lo visible. Al vivir el año litúrgico, Dios renueva nuestra vida. Termino con estas palabras de Caryll Houselander: “Cuando Dios entra en nuestras pasiones, alegrías, deseos y dolores, en nuestras relaciones con los demás, nuestra naturaleza experimenta una transubstanciación. Somos cambiados con el poder del amor de Cristo”.
Voces en el tiempo
Martha Moreno
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