Cuando, en mi grupo de lectura, leí con mis amigas el libro: “Nuestro mayor don”, del escritor Henri Nouwen, que trata sobre morir bien y aprender a cuidar bien, me impresionaron mucho las siguientes palabras: “Al morir nos convertimos en padres de generaciones futuras… Nuestros pensamientos y sentimientos, nuestras palabras y nuestros escritos, nuestros sueños y nuestras visiones no son sólo nuestros, pertenecen también a los muchos hombres y mujeres que han muerto ya y ahora viven dentro de nosotros”.
Mi papá falleció el día de San Felipe de Jesús. Ya no sólo es mi padre y padre de mis tres queridas hermanas. Con la experiencia de su muerte y el tiempo de su enfermedad, con el cariño recibido de él y de tantas personas que lo quisieron, con la música que deja grabada en nuestros corazones, podemos reconocer y agradecer todo lo que nos enseñó y nos seguirá enseñando a nosotras, a mi mamá, a sus nietos, a nuestras familias, amigos y a los que vendrán. Son muchas las lecciones que nos deja de cómo vivir y cómo morir. De niña, mi papá nos enseñó una carta de su abuelo, en la que les había dibujado a sus nietos la vida de San Felipe de Jesús. Y esa historia nos la contó muchas veces. Por eso le doy gracias a este santo mártir por no haber olvidado el cariño que le tenía mi papá y haberlo acompañado en su despedida terrenal para dirigirse a la Casa del Padre.
Con un sentimiento de profunda gratitud y de abandono en la Voluntad de Dios, quiero seguir presentándole a Jesús a mi papá. El sacerdote, en su misa exequial, inició con una frase del Papa Benedicto XVI: “Somos fruto de un pensamiento de Dios y somos amados por Él”. Nuestro origen y nuestra identidad está en Dios. A mi papá le encantaba hablar sobre raíces y genealogía. Si hoy se entendiera bien la importancia de la familia, de nuestra procedencia y de los valores que nos dieron forma, quizá no existiría tanta confusión en este tiempo de post verdad. Todo vuelve a nuestro primer origen que es el amor y el amor es Dios. Mi papá sabía que, conociendo a los que nos precedieron, podríamos conocernos mejor nosotros mismos, para así ser capaces de entregar nuestros dones a los demás y trabajar por un mundo mejor. En esos árboles genealógicos, que con tanto cariño elaboró, iba descubriendo nuevos parientes y eso lo hacía muy feliz. Quería estar emparentado con todos. Yo siempre vi ese deseo como una bella forma de unidad con toda la humanidad, de querer ser hermano de todos.
Mi papá nos regaló la música. Como familia tuvimos el privilegio de estar siempre envueltos en un ambiente musical que nos brindó gozo en los momentos alegres y consuelo en los tiempos tristes. Doy gracias a Dios por su guitarra y su piano. Doy gracias a Dios por su voz. Podía tocar cualquier instrumento. Ponía el ambiente en todas sus reuniones con su música y dejaba guardados esos momentos pidiendo a sus amigos que escribieran, en la portada de una partitura, las impresiones vividas. Como hija quedo con el compromiso muy fuerte de no soltar mi música y seguir transmitiendo la riqueza tan grande que proporciona la música vivida en familia, en comunidad, en las alegrías y en el dolor.
Recordando su gusto por el coro “Va Pensiero” de la ópera Nabuco de Verdi, le dedico este poema a mi papá:
Presento a Jesús el “Va Pensiero”
como un don de mi padre querido,
en acción de gracias con sentido
musical que, en salvación, espero.
Escucho los cantos del jilguero,
feliz por su fiel retorno al nido
y encuentro la clave en su sonido
para abrazar paz en mi sendero.
El consuelo ya viene de arriba
y me derrito por las dulzuras
de un padre que, en partituras,
buscó raíces que dieron vida
a inquietudes, historias y frutos,
tradiciones, poemas y encuentros,
buscando siempre el mejor momento
para dar trascendencia al minuto.
Termino con un fragmento de un poema de Rabindranath Tagore que me llega al corazón como venido de mi papá:
“Esta canción mía te envolverá con su música… Esta canción mía tocará tu frente como un beso de bendición. Cuando estés sola se sentará a tu lado y susurrará a tu oído, cuando estés entre la multitud te cercará con el aislamiento. Mi canción será como un par de alas para tus sueños, transportará tu corazón al límite de lo desconocido. Será como la fiel estrella que brilla encima cuando la noche oscura se eche en tu camino. Mi canción… llevará tu mirada dentro del corazón de las cosas. Y cuando mi voz calle en la muerte, mi canción hablará en tu viviente corazón”.
Voces en el tiempo
Martha Moreno
Leave A Comment
You must be logged in to post a comment.