He vuelto a leer, en este inicio del año 2024, el libro Radiaciones, del autor alemán Ernst Jünger (1895 – 1998). Puedo decir que el descubrimiento de ese libro fue un gran regalo de mi mamá, y eso pasó hace casi 30 años. Un tema en el que el autor profundizó fue el del arte de recibir regalos. No sólo es importarte el acto generoso de dar regalos. Saberlos recibir es importante, y esto va relacionado con las virtudes de la gratitud, la humildad, el asombro y la simplicidad. Encontrarnos, aquí y ahora, en el 2024, es un gran regalo. En la gran gama de posibilidades o estadísticas, podíamos ya no estar. Y aquí estamos, en un nuevo año vestido de esperanza. ¿Hemos recibido bien este nuevo año?
Sobre el arte de recibir regalos escribió Jünger: “Hace falta una virtud, a la que podemos denominar el arte de recibir regalos. En esto es preciso seguir siendo niños, la fortuna acude entonces por sí sola”. Él se ponía a reflexionar sobre los sentimientos que generaban los niños en las personas. Cuando él veía a un niño en su autenticidad, en su deseo de conocer el mundo y en su inocencia, sentía el deseo de darle felicidad, de entrar en su gozo. Y por eso quería darle algo. Ese algo podía ser desde su atención, sus carcajadas, su tiempo o algo que le agradara. Descubrió que había algo en los niños que contagiaba y se relacionaba con la pureza: “los puros verán a Dios”. Cuando Dios vio a María, la encontró pura, y quiso llenarla de regalos.
Otra reflexión que realizó Jünger sobre ese espíritu de infancia que atrae regalos fue la siguiente: “Visita de Charmille que me ha traído flores. ¿Qué es lo que en ella me atrae tanto? Probablemente la naturaleza de niña que en ella he descubierto. Tropezamos con personas que despiertan en nosotros la necesidad de colmarlas de regalos”.
Y de ahí se iba a observar los regalos que iba recibiendo en su tiempo presente: “Entretanto, cada día es un regalo”; “cada flor es un gran regalo”; “a una flor hay que descubrirla, es preciso sumergirse en su secreto, como en otro tiempo me sumergí yo en la zinnia. Entonces la flor se vuelve más bella, y no sólo en la imaginación. El cultivo de esa flor va precedido de la mirada del que ama. La cual es como el rayo de luz que atraviesa el cristal y despliega el espectro. No es que se cree una belleza escondida, sino que se la desvela”. No todos descubren la belleza de la zinnia. Hay que entrar en ese mundo puro de la belleza escondida. Hay que entrar en el mundo del asombro para recibir el regalo de la flor. El ser humano de hoy ya no sabe cómo absorber los valores trascendentales que son regalos y pierde las oportunidades de tener contacto con la belleza, la bondad y la verdad.
Dios no pudo dejar de ver a la Virgen María en su pureza. Ella le dijo “SÍ” a los regalos de Dios y se ofreció a sí misma. Recibió todo de Dios y a la vez, ese acto de ofrecimiento la hizo capaz de dar grandes dones. Bien dijo también Jünger: “El que se ofrece otorga dones”. Y eso lo podemos encontrar en la Virgen María y en la vida de los santos. Y en otra frase de Jünger queda esto muy claro: “Donde la llama visible consume, la invisible otorga dones”. De ahí viene la fuerza curativa del dolor. Todo sacrificio o dolor ofrecido es fuente de gracias y regalos. Jesucristo es la fuente principal de esa gracia salvadora. Él se ofreció por la humanidad y no termina de darnos todos sus dones. En este tiempo donde el egoísmo es torpe maestro (verso del poema Sembrando de Blanco Belmonte), es muy difícil entender el verdadero sentido del sufrimiento como fuente de los más grandes dones. Por eso, el saberlo recibir también es parte de ese arte de recibir regalos, que no todos dominan o aceptan con gratitud.
Un ejemplo lindo del arte de recibir regalos lo encontré en la poeta y filósofa Raissa Maritain. Ella fue invitada, el 24 de abril de 1938, a un concierto que ofrecía su amigo y compositor Arthur Lourié. Lourié presentaba su Sinfonía Dialéctica. Ella, como respuesta al regalo de la música de su amigo, le escribió: “Estoy tan feliz como puedo serlo, mi muy querido Arthur, de haber tenido la alegría de escuchar tu sinfonía. Esta presentación fue un éxtasis para toda el alma. La percibí con profunda paz. Ayer, recibí toda esta música en mí como si recibiera los rayos del sol y los sonidos del océano. No estoy hablando de la música que puedes ver… Parece que toda esta música, con sus puras y frescas sonoridades, que no tiene la intención de ser descriptiva o emocional, fue como el amanecer sobre el mar, con las caricias de la luz y el sonido suave y misterioso de las olas en su ir y venir… Como los sonidos, aromas y colores responden unos a otros, así fue mi respuesta a tu Dialéctica. Sólo quiero compartirte mi gozo” (Diario de Raissa). Con esa recepción, por parte de Raissa, me imagino al compositor buscando la manera de escribir más música para su amiga y para el mundo. La recepción de la sinfonía por parte de Raissa, inundada de gozo y gratitud, estaba siendo fuente de nuevas inspiraciones, para un compositor que quería seguir compartiendo su talento musical.
Termino con una frase del escritor francés Leon Bloy, en la que él se convierte para mí en un maestro en el arte de recibir regalos. Él escribió en su novela La Mujer Pobre: “Todo lo que sucede es digno de adoración”. Definitivamente él sabía recibir lo bueno y lo malo como regalos de vida: que lo alegraban o le enseñaban. Y lo sabía hacer con humildad y asombro. Los invito a pensar en los últimos regalos que han recibido, en cómo los han recibido y en las maneras en las que pueden proponerse convertir en arte ese recibir regalos por parte de sus seres queridos y de Dios.
Voces en el tiempo
Martha Moreno
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