Mucho antes de vivir la Pasión, Jesús había pedido a sus discípulos que renunciaran a sí mismos, que tomaran su cruz y lo siguieran. Jesús les dijo: “El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz y me siga”. (Mateo 16,24; Marcos 8, 34; Lucas 9, 23). Había hablado literalmente de la cruz, después de que anunció por primera vez su pasión. Esta enseñanza sucedió, cronológicamente, en la mitad del ministerio público de Jesús, mucho antes de su entrada en Jerusalén. ¿Qué habría ocurrido si los apóstoles y los que escucharon ese mensaje, al ver a Jesús camino al Calvario, hubieran recordado su petición? En un poema imagino esa escena que nunca ocurrió.

 

Desfile de hombres llevando cruces

a petición del gran Redentor,

actos de amor que dan nuevas luces,

rayos del Espíritu inductor.

 

Vía Crucis encendido de rosas

que adornan la más pura visión,

la Pasión es tijera que troza

la culpa habitando el interior.

 

Desfile de hombres arrepentidos

suplicando un baño de perdón

que el Padre abraza agradecido

dando misericordia en acción.

 

Con el Mesías vienen orando,

cantando himnos de gloria y honor:

sueño posible el ir promulgando

fe, amor y esperanza en ilusión.

 

Como siervos vamos caminando,

buscando sanación al dolor,

el solo deseo va dibujando

la escena que pide tu favor.

 

Volviendo a decir tu Nombre Santo,

nos pides esta nada para Ti,

la influencia que esperas de los cantos,

dádiva del ser, decimos: “Sí”.

 

¿Qué ocurriría, Jesús, si al verte camino al calvario, recordáramos tu petición de tomar nuestra cruz y seguirte?

Atrás de ti, formaríamos un desfile de hombres y mujeres cargando cruces participando Contigo en la vía de la salvación. Sería un Vía Crucis que sigue a la luz eterna en un perfecto acto de obediencia en el amor.

Voces en el tiempo. Martha Moreno.