El día del padre está por llegar y quise iniciar este escrito con la idea de “reverencia” que profundizó tanto el filósofo y teólogo Dietrich Von Hildebrand. Para él sólo las personas que han cultivado la reverencia son capaces de abrirse al espacio de los valores morales y responder a ellos con una actitud de entrega. “Sólo quien puede ver más allá de su horizonte subjetivo y quien, libre de orgullo y concupiscencia, no está siempre pendiente de lo que le satisface, sino que, dejando atrás toda estrechez de miras, se entrega, con sumisión, a lo que es importante en sí mismo: lo bello, lo bueno, sólo esa persona puede llegar a ser portadora de valores morales”. Recordemos que los valores morales son los que llevan consigo una decisión libre, consciente y personal.

La reverencia, como madre de la vida moral, se ha perdido en este tiempo, y eso lo descubrimos al observar cómo predomina la cultura de la muerte, de la apología de los vicios, del materialismo, del feminismo radical, del divorcio, de la masificación de las personas, de una visión falsa de la persona cargada de ideología y de nihilismo. La persona irreverente se vuelve incapaz de entregarse, se hace esclava de su orgullo, del egoísmo o de la concupiscencia. Su irreverencia también la vuelve ciega ante los valores que pueden dar verdadera felicidad como son: el amor, la justicia, la amabilidad, el propio perfeccionamiento, la pureza y la honestidad.

Ante la falta de reverencia, es impresionante que ahora se tenga que defender a la familia, a la ilusión por tener hijos, a unos padres que quieran formar a sus hijos no permitiendo que el estado imponga ideologías destructivas, al que no está de acuerdo con el pensamiento de moda, etc. Lo que en sí mismo habla de respeto, libertad, virtud y humanidad, ahora es visto con recelo como parte de un mundo arcaico. La realidad es que, como lo expresó Von Hildebrand: “la reverencia sigue siendo y será siempre la correcta actitud de la persona hacia sí misma, hacia los demás, hacia cualquier otro ser y, sobre todo, hacia Dios”.

El valor de la paternidad necesita de una renovación de esa reverencia por parte del mundo de hoy. Les comparto algunas ideas de tres padres virtuosos que nos pueden enseñar de qué se trata ese gran don de ser papá que nos invita a la reverencia:

SANTO TOMÁS MORO.- Siendo abogado, consejero del rey Enrique VIII, escritor y padre de familia, Tomás no aceptó ir en contra de su conciencia cuando se le exigió hacer a un lado sus principios para apoyar a su gran amigo rey que quería divorciarse y casarse con Ana Bolena. Esta actitud de reverencia hacia lo que es verdadero y bueno lo condujo a la muerte. Tomás fue un padre excelente que siempre estuvo a cargo de la educación de sus hijos y su formación las virtudes. Él destacó en fe, amistad, gratitud y humildad. Sus cartas a su hija Margarita y a sus familiares reflejan un estilo de ser padre lleno de cariño, responsabilidad, congruencia y caridad.

SAN LUIS, REY DE FRANCIA.- Me encanta el testamento espiritual que escribió San Luis a su hijo. Les comparto algunas frases que nos hablan de una persona de gran espiritualidad y entrega en su paternidad: “Hijo amadísimo, lo primero que quiero enseñarte es que ames al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con todas tus fuerzas; sin ello no hay salvación posible. Hijo, debes guardarte de todo aquello que desagrada a Dios, esto es, de todo pecado mortal, de tal manera que has de estar dispuesto a sufrir toda clase de martirios antes que cometer un pecado mortal… Ten piedad para con los pobres, desgraciados y afligidos, y ayúdalos y consuélalos según tus posibilidades. Da gracias a Dios por todos sus beneficios, y así te harás digno de recibir otros mayores. Para con tus súbditos, obra con toda rectitud y justicia, sin desviarte a la derecha ni a la izquierda… Pon la mayor diligencia en que todos tus súbditos vivan en paz y justicia…Hijo mío, llegado al final, te doy la bendición que un padre amante puede dar a su hijo: que la Santísima Trinidad y todos los santos te guarden de todo mal. Y que el Señor te dé la gracia de cumplir su Voluntad, de tal manera que reciba de ti servicio y honor, y así, después de esta vida, los dos lleguemos a verlo, amarlo y alabarlo sin fin. Amén”.

SAN LUIS MARTÍN.– Fue el papá de Santa Teresita de Lisieux. Hay un poema precioso que le escribió Teresita a su padre cuando él murió en julio de 1894. Este escrito nos retrata la bondad de un padre, el cariño hacia sus hijas, su devoción en su educación y su trabajo constante por hacer el bien y servir. Para mí es una muestra de reverencia de una hija hacia el gran valor de la vida de su padre. Les comparto unos versos:

“Acuérdate, padre, que antaño en el mundo tu dicha cumplida

fue toda la dicha, fue goce fecundo

de todas tus hijas, amor de tu vida,

de todas tus hijas, escucha y bendice

las santas plegarias que elevan al cielo.

Protégenos siempre, mi labio te dice;

tu esposa, mi madre, bendice mi anhelo.

Al fin os juntásteis

los dos en la gloria;

al cabo cantasteis

los himnos hermosos de hermosa victoria…

Un recuerdo tuyo tu reina te pide,

esa reinecita que tanto te adora.

Que nunca, en el cielo, tu memoria olvide

lo que recordarte, mi rey, quiero ahora.

Recordarte quiero

que tú fuíste el guía de mi senda incierta;

que trazaste siempre mi gran derrotero

con mano experta;

que desde mi infancia siempre vigilaste

la flor más preciada, mi flor de inocencia…”

 

Santo Tomás Moro, San Luis Rey de Francia y San Luis Martín son tres nobles ejemplos de paternidad ofrecida a Dios en virtud y reverencia. Recordemos a los padres de ahora su noble y preciosa misión que merece todo amor y respeto. Enseñemos e invitemos a nuestros hijos a ser reverentes y a vivir con virtud el honor de la paternidad si esa es su vocación.

VOCES EN EL TIEMPO. MARTHA MORENO