“El alma humilde respira el paraíso” es una frase que escribió Sta. Faustina Kowalska, apóstol de la Misericordia Divina, que me invita a profundizar en la idea de ser habitantes de la tierra pero con el corazón ya en el cielo, que sólo es posible para las personas que saben ser “anawin”, es decir, pequeñas, sencillas y desprendidas de lo mundano por su unidad con Dios.

Las almas sencillas siempre están respirando el paraíso. Sea en el sufrimiento, en la oscuridad, en el éxtasis o en la risa, se compenetran en la austeridad del instante y se “dejan hacer”. Su sello es un semblante puro que transmite serenidad. Como viven en el mundo pero fuera de él, no pueden ser amenazadas, aunque sean vistas como raras o desadaptadas. Lo que venga para ellas es visto como regalo y oportunidad de ofrecimiento. La invasión del amor las hace vivir en oración incesante. Las almas puras verán a Dios porque han aprendido a mirar. Se unen en cada momento al centro de la humanidad que, a través de los siglos, se ha manifestado en la voz de los profetas, de los santos, de los mártires, de los discapacitados, de los poetas, de los niños, de los que trabajan para Dios. Nos invitan a la belleza. Llegan a ser deleite de la Santísima Trinidad al encontrarse dentro del Corazón de Jesús.

Esas personas que han alcanzado la virtud de la humildad entienden perfectamente el misterio de la Encarnación. Dios baja y se hace pequeñito, se hace hombre. Se confunde con lo más débil, cuando pudo presentarse como lo más grandioso. Los seres humanos nos aferramos fuertemente a la idea de subir, de iluminar, de ser gigantes, de sentirnos dioses. Y Dios nos enseña que, para poder apreciarlo, tenemos que voltear hacia abajo como lo hizo Él. Sólo los pobres de espíritu verán a Dios. Sólo los niños lo sabrán reconocer. Sólo la sencillez será nuestro camino porque la ciencia, el poder, el refinamiento y la popularidad conducen normalmente a la confusión y al egoismo.

Me parece que el entendimiento del cosmos está más cerca del microscopio que del telescopio. Lo más grande en perfección no necesariamente son las estrellas sino las partículas. Los principios universales se pueden descubrir en lo más insignificante y cercano, más que en lo lejano o exorbitante. En lo cotidiano, lo simple y lo ordinario, podemos extraer el plan de Dios, en una invitación a la humildad, que nos da lecciones de cómo respirar el paraíso desde el presente.

Santos y maestros en sencillez tenemos muchos y maravillosos: Sta. Teresita de Lisieux, Sta. Bernardita, San Martín de Porres, San Benito José Labré, San Francisco de Asís… Ese ser alma humilde que respira el paraíso me hizo recordar al pintor Van Gogh que, sin ser santo, supo hacer vida el valor de la sencillez, al grado de sentirse pequeño siendo grande, e incluso genio, por el don que recibió. De las cartas que le escribió a su hermano Teo les comparto algunos de sus pensamientos que nos llevan a ese sendero de rebajamiento de las almas grandes y que dejan huella:

“No pretendo convertirme en alguien extraordinario, sino simplemente en alguien ordinario, y entiendo por ordinario que mi obra será sana y razonable, que tendrá una razón de ser y que servirá para algo. Creo que nada nos arroja tanto en la realidad como un amor verdadero”.

“Uno comienza a darse cuenta entonces de que la vida no es más que una especie de período de abono, y que la cosecha no es de este mundo”.

“Mi ideal es trabajar con modelos y disponer de un número cada vez mayor; de todo un rebaño de gente pobre para quien el taller podría ser una especie de ensenada de gracia cuando hace frío, o cuando no tienen trabajo, o cuando necesitan un asilo. Donde sepan que encontrarán fuego, de comer y beber, y la posibilidad de ganar unos pesos. Por el momento, lo hago a una escala muy reducida, pero espero que podré hacerlo mejor”.

“De buena gana me contentaría con no ser más que un preparador de los otros pintores del porvenir, que vendrán a trabajar en el sur”.

“En cuanto a mí, estoy satisfecho de ser, en las buenas y en las malas, un pequeño jardinero que quiere a su jardín”.

Ante las exigencias del mundo moderno podría pensarse que las almas sencillas están en extinción. Pero eso no es así. En este tiempo donde nos preocupa la evidencia de tanto mal, tengamos siempre la esperanza y la confianza de que más santos y almas humildes vendrán, o ya están entre nosotros trabajando y respirando el paraíso, como lo dijo Sta. Faustina Kowalska.

 

VOCES EN EL TIEMPO

MARTHA MORENO