De una de las oraciones que les enseñó el ángel de Portugal a los niños en Fátima, que es una oración de perdón, quiero partir para dar un ejemplo de cómo podemos seguir en oración después de una oración.

“Dios mío, yo creo, te adoro, espero y te amo. Te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman”. Siempre que la rezo termino con las siguientes palabras: “Que crean, te adoren, esperen y te amen”. Quizá ya está implícito ese final, pero aún así me gusta extender la totalidad del amor de Cristo, que siempre lleva a suplicar por el hijo pródigo, no nada más a pedir perdón por lo que no ha hecho o ha hecho mal.

Cada palabra clave: creo, adoro, espero y amo, lleva en sí los dones más grandes que nos ofrece Dios. La fe, la esperanza y la caridad, como virtudes teologales, son esas gracias o tesoros que nos mueven a acercarnos a Dios y expresan la esencia de la vida cristiana. La adoración corresponde a vivir siempre en el primer mandamiento: “Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas”.

Relacionaré cada una de las palabras centrales de esta oración con un ejemplo que nos lleve a pedir siempre que los que estén a nuestro alrededor crean, adoren, esperen y amen, y que nosotros, no nada más asumamos o digamos que creemos, adoramos, esperamos y amamos a Dios, sino que verdaderamente lo hagamos con rectitud de intención y entrega del corazón.

YO CREO: Mortimer Adler, educador y filósofo norteamericano (1902 – 2001), descubrió a Santo Tomás de Aquino en una etapa temprana de su vida y se convirtió en su fiel promotor. No era católico ni cristiano, más sus ideales filosóficos correspondían a nivel intelectual con el de los círculos católicos. Él desarrolló el programa de los Grandes Libros de la Universidad de Chicago y fue director y editor de la Enciclopedia Británica. No se consideraba creyente, pero todo su comportamiento reflejaba un deseo de creer. Su segunda esposa era episcopaliana. En 1984, durante una enfermedad, un pastor lo visitó y él sintió el profundo deseo de rezar muchas veces el Padre Nuestro. A partir de ese momento dio “un salto de fe” y abrazó el cristianismo. A la muerte de su esposa decide dar el paso definitivo que mucho tiempo estuvo postergando. Fue recibido en la Iglesia Católica en diciembre de 1999 a los 97 años. Después de muchos años afirmando a nivel intelectual la existencia de Dios se encontró creyendo y orando. Él agradeció a Dios ese salto de fe que le permitió cruzar el abismo de la idea de Dios al amor de Dios.

YO ADORO: Un gran ejemplo de la vocación a la adoración lo encuentro en Hermann Cohen o fray Agustín María del Santísimo Sacramento, judío converso. Hoy se encuentra en proceso de beatificación. Fue un gran músico que, después de su conversión, fue ordenado sacerdote carmelita. Él inició la adoración nocturna para varones en el templo de Nuestra Señora de las Victorias en Paris. Conoció e hizo amistad con grandes santos como al Santo Cura de Ars, Sta. Bernardita, San Pedro Julyan Eymard y San Eugenio de Mazenod. Fue un gran apóstol de la Sagrada Eucaristía y siempre invitó a sus comunidades a la adoración. Todos estamos llamados a adorar y a pedir que la humanidad adore a Dios.

YO ESPERO: Una santa medieval inglesa que proclamó siempre la esperanza fue Santa Juliana de Norwich con sus palabras: “Todo estará bien, todo estará bien, todo estará perfectamente bien”.  El Padre Pío y su consejo de “reza, espera y no te preocupes” también nos sigue inundando de esperanza, así como la siguiente frase de San Carlos de Foucauld: “Esperen, pues, el retorno al bien de todas las almas viviendo en este mundo”. Nos encontramos peregrinando, en un año de preparación y oración, para vivir el Jubileo en el 2025, caracterizado por la esperanza.

YO TE AMO: Santos como Teresa de Calcuta, Damián de Molokai y Teresita del niño Jesús fueron ejemplos del amor de Jesús que vivía en sus corazones. Para poder amar como Jesús necesitamos sentir plenamente su amor y reconocer nuestra identidad como hijos muy amados de Dios. Tengamos en cuenta siempre las palabras de San Juan: “Hermanos, amémonos unos a otros, porque el amor es de Dios y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios”.

Termino nuevamente con la invitación de pedir la fe, la esperanza, la caridad y el deseo de adoración para que los que no creen, no adoran, no esperan y no aman a Dios.

VOCES EN EL TIEMPO. Martha Moreno.