La frase de San Ireneo de Lyon que dice: “La gloria de Dios es un ser plenamente vivo”, nos da una invitación muy fuerte para hacer vida las enseñanzas de Jesús. En esta Cuaresma, en la que estoy siguiendo un reto de entrar en la Imitación de Cristo, del beato Tomás de Kempis, me asombran también las formas en las que Jesús nos mueve a vivir con intensidad, a amar al máximo y abrazar con agradecimiento la gracia que puede transformar nuestra vida en un paraíso en la tierra.

En el libro III, capítulo XLVII, de la Imitación, el autor habla de las cosas que se deben sufrir por la vida eterna. Y, sin embargo, yo encuentro también un precioso decálogo de cómo vivir el presente con una alegría que puede superar todas las tristezas del mundo, al haber descubierto el sentido verdadero del vivir y trascender, la perla preciosa, la vida en Dios.

Ese decálogo lo resumo así:

  1. Haz bien todo lo que hagas
  2. Trabaja fielmente la viña de Dios
  3. Escribe
  4. Lee
  5. Canta
  6. Suspira
  7. Calla
  8. Ora
  9. Sufre pacientemente lo adverso
  10. Levanta tu rostro al cielo

Todo con amor y para el más grande Amor, que nos pide amar y dejarnos amar. En ese decálogo están acciones que podemos concretar. En el hacer bien lo que hagamos va nuestra misión de vida, nuestra búsqueda y práctica de virtud, nuestra lucha contra nuestras faltas. El trabajo lo podemos hacer sagrado al ofrecerlo siempre a Dios y al no buscar sólo nuestro propio bien, sino el bien de nuestros hermanos. Escribir y leer son formas de estar reflexionando sobre el sentido de nuestra vida. El escribir y leer nos llevan a observar, a contemplar, a agradecer y a nunca dejar de aprender. Cantar lleva en sí la alabanza a Dios. Estas frases del Papa Emérito Benedicto XVI nos lo aclaran: “El cantar mismo es casi volar, elevarse hacia Dios, anticipar de algún modo la eternidad, cuando podremos cantar eternamente las alabanzas de Dios”; “El arte festivo del canto y de la música son una invitación constante para los creyentes y para todos los hombres de buena voluntad, a comprometerse a fin de dar a la humanidad un futuro rico de esperanza”; “La música, al elevar el alma a la contemplación, nos ayuda a captar los matices más íntimos del genio humano, en el que se refleja algo de la belleza incomparable del Creador del universo”. Suspirar y callar nos muestran todo lo que podemos aprender del sufrimiento y del silencio. En algunas traducciones de este libro no viene suspirar sino llorar. Las lágrimas curan el alma al ser ofrecidas. El valor de la oración es inmenso. La oración, como dijo el escritor Jünger, purifica la atmósfera. La oración es fuente de vida y de la más perfecta amistad curando toda soledad. En palabras de San Padre Pío de Pietrelcina: “La oración es la mejor arma que tenemos; es la llave que abre el corazón de Dios”. La paciencia no podía faltar, sobre todo en las dificultades. Por último, la mirada al cielo. Estamos en el mundo, pero no somos de este mundo. Hay que vivir en la realidad, y la realidad se compone de lo visible y lo invisible. La mirada al cielo abre nuestro ser al misterio, a lo más grande, a nuestro Padre amoroso. Mirar hacia arriba nos hace descubrir quién somos y para qué somos. Mirar hacia Dios nos invita a descubrir nuestros dones para entregarlos. Esa entrega es generadora de felicidad y hace sentir al ser humano plenamente vivo. Y ahí está la gloria de Dios.

Solamente viviendo en plenitud podemos compartir la felicidad de la vida en Dios. Las puras palabras a veces no son suficientes. Un ejemplo es la forma en la que el escritor Pieter Van der Meer, holandés, pudo experimentar la maravilla del cristianismo, al descubrir a un verdadero cristiano, un ser humano plenamente vivo, que en todo daba gloria a Dios. Ese encuentro lo llevó a su conversión y a la de su familia. Vivamos plenamente imitando a Cristo para contagiar a Cristo. Termino con estas palabras de Van der Meer, de su obra Todo es Amor:

“Tal vez sea una debilidad del hombre moderno, que vive tan aferrado al testimonio de sus sentidos, no dejarse convencer ya, sobre todo en el misterioso dominio de la fe y la religión, por razonamientos y silogismos infaliblemente ajustados por conceptos, abstracciones e ideas. Lo que desea es ver encarnado el extraño prodigio de la fe, del cristianismo, en un HOMBRE VIVO, en un hombre que haya experimentado con todo su ser, en cuerpo, alma y corazón, con toda su existencia, lo que es el enigma de Dios y el enigma todavía mayor de la creación infinita, obra de un Dios infinito. Cristina y yo, para quienes el mundo visible era la arrebatadora realidad, teníamos que ver un hombre vivo en quien advirtiéramos la posibilidad de que en la existencia diaria de un ser humano se realizara todo ese mundo oscuro de la fe, constantemente, como la respiración de un cuerpo. Nosotros, no dejábamos de reflexionar, ni de formular preguntas, ni de leer todo lo que podíamos acerca de la fe y de la religión católica. Pero un hombre de carne y hueso, que se halla en medio de la tempestad de la vida real y vive de Dios, como una planta vive de la luz, era lo único que podía convencernos de la fuerza vital de la fe y dar forma a los anhelos que ardían en nosotros. Y así, guiados infaliblemente por la Providencia, Cristina y yo, y nuestro hijo Pieterke, nos encontramos un buen día ante Leon Bloy y su mujer Jeanne…. La realidad vivida con Dios es más hermosa que todos los sueños, supera en profundidad de dicha y dolor todo lo que pueda imaginarse y está por encima de los más supremos anhelos”.

AMDG
VOCES EN EL TIEMPO
MARTHA MORENO