En una ocasión vino un señor a buscarme y me preguntó: “Padre, ¿se puede revelar el secreto de confesión en ciertos casos?”, yo le respondí: “¿Cómo en qué casos cree usted que se debería revelar?”, él me dijo: “Recientemente he escuchado que ha habido intentos de las autoridades civiles en varios países, como en Australia y Estados Unidos para que el secreto de confesión se pueda revelar en ciertos casos, como por ejemplo cuando el sacerdote se entera en la confesión de un crimen o de un delito”, entonces yo le dije: “El secreto de confesión es la obligación que tiene el sacerdote de no manifestar jamás lo sabido en la confesión sacramental. Los intentos de las autoridades civiles de querer obligar a la Iglesia y a los sacerdotes a revelar el secreto de confesión muestran una profunda ignorancia del sacramento de la penitencia y de la psicología humana. Si un delincuente supiera que el confesor lo denunciará a las autoridades civiles y que corre el riesgo de una condena de varios años de prisión, nunca se confesaría. Por lo tanto, correría el riesgo de hundirse aún más en su pecado y aumentaría la probabilidad de que vuelva a delinquir. También correría el riesgo de hundirse en la desesperación, privado del sacramento de la misericordia divina. Algunos legisladores que quieren obligar a la Iglesia y a los sacerdotes a revelar el secreto de confesión sugieren que el secreto de confesión protege a los delincuentes y, por lo tanto, promueve la delincuencia. La experiencia demuestra lo contrario, que el secreto de confesión contribuye eficazmente a la enmienda de los culpables y a su conversión”, entonces él me dijo: “Yo he oído que los que se oponen al secreto de confesión proponen situaciones hipotéticas que podrían conducir a tragedias si el sacerdote no revelara el secreto de confesión. Por ejemplo, si un hombre le confía al confesor que planea suicidarse, o si un penitente revela en confesión su intención de violar y matar a una persona, o si un individuo confiesa que piensa detonar una bomba en un lugar lleno de gente. Seguro que el sacerdote hará todo lo posible para que quien se confiesa reconsidere su decisión. Tal vez incluso le negará la absolución si insiste en sus malas intenciones. Pero, si el culpable abandona el confesionario animado por la misma reprobable idea ¿aún en estos casos está obligado el confesor al secreto de confesión y no puede revelar nada? ¿No es contrario al bien común y, por lo tanto, inmoral permanecer en silencio cuando podría salvar un gran número de vidas y evitar un grave mal? ¿No sería criminal este silencio?”, entonces yo le dije: “La disciplina de la Iglesia es muy estricta en esta materia, el secreto de confesión es inviolable; por lo tanto, el confesor debe tener mucho cuidado de no traicionar al pecador, ni directa ni indirectamente, o, de cualquier manera, o por cualquier razón. La Iglesia no admite ninguna excepción a esta ley. El sacerdote de ninguna manera debe dar su testimonio sobre algo que le ha sido revelado bajo secreto de confesión, porque no se entera de ello como hombre, sino como ministro de Dios; incluso aunque el sacerdote no hubiera dado la absolución a quien se confiesa, le obliga guardar el secreto de confesión”.

El secreto de confesión no pretende encubrir delitos o proteger delincuentes, como a veces mucha gente cree. El objetivo del secreto de confesión es proteger la intimidad de la persona, es decir, custodiar la sacralidad de su conciencia que se abre delante del ministro de Dios. Es más grande el bien que se puede hacer guardando el secreto de confesión que revelándolo en casos extremos, es decir, el sacerdote puede, una y muchas veces, exhortar a los penitentes que tienen malas intenciones a la conversión y con la ayuda de Dios lograrlo; pero, si una vez se revela el secreto de confesión por un supuesto bien mayor, muchos potenciales delincuentes se alejarían de este sacramento para no correr el riesgo de ser exhibidos y entregados y harían mucho más daño a la sociedad. Apreciemos y valoremos el secreto de confesión acercándonos confiadamente a este sacramento.  

Dios los bendiga, nos leemos la próxima semana.

Pbro. Eduardo Michel Flores.