En una ocasión una joven me preguntó: “Padre, ¿se puede perder la fe? Porque hace poco un amigo me dijo que él perdió la fe, yo pensaba que la fe no se podía perder, porque la fe es un don que Dios nos regala en el Bautismo, entonces no puede perderse, ¿o sí?”, yo le respondí: “La fe es un regalo que Dios nos da para que podamos conocer con certeza verdades difíciles de alcanzar con la sola inteligencia o imposibles de descubrir con nuestras solas fuerzas. Quien tiene fe tiene un tesoro muy valioso en su vida. Pero la fe no es una cosa que se consigue y luego uno se despreocupa de ella, pensando que ahí estará cuando la necesite. La fe es una relación con Dios llamada a crecer, a desarrollarse y producir frutos. La fe es un regalo que se debe cuidar, alimentar y ejercitar, si no se puede perder”.

La fe se puede perder de diversas formas, quizá sin desaparecer del todo, pero sí de debilitarse, al grado de dejar de influir en la vida. Mucha gente pierde la fe por no alimentarla, es decir, por no recibir los sacramentos. La Iglesia nos pide que, al menos una vez a la semana, cada domingo, participemos en la Misa para alimentar nuestra fe. Allí podemos recibir los sacramentos de vida: la confesión y la comunión. Así pues, se puede perder la fe por apatía.

También se pierde la fe por no ejercitarla, así que se atrofia y enferma, como un cuerpo que no se mueve. Cuando una persona deja de rezar, de acudir a Dios, su fe empieza a debilitarse y enfermar y comienza a comportarse como quien no tiene fe, hasta que acaba por pensar como vive en muchas cosas importantes, por no haberse empeñado en vivir como pensaba. Se puede perder la fe por incoherencia.

También se pierde la fe cuando una persona se separa de Dios por el pecado y no se arrepiente. Cuando una persona se aleja de Dios voluntariamente sucede que, al principio, no lo nota mucho, igual que una rama recién cortada de un árbol, por un tiempo sigue verde y aparentemente sana, pero, poco a poco, la rama desgajada del tronco empieza a secarse, a perder color y vida, y termina secándose completamente. Ha perdido la vida que la nutría. Así se puede perder la fe por no arrepentirse de los pecados de orgullo, pereza, infidelidad, falsedad, impureza. La fe también se puede perder cuando no se le alimenta, es decir, cuando se nutre la inteligencia, para formar los criterios de la vida, con ideas equivocadas, que provienen de lecturas, de la televisión, del cine, de las redes sociales, de otras personas que han perdido la fe o nunca la tuvieron.

La fe es un regalo que se puede perder si no se cuida, pero se puede recuperar y acrecentar. Quien pide a Dios la fe con insistencia, quien acude a los sacramentos con frecuencia, quien procura conocer las enseñanzas de Cristo y de su Iglesia, quien cuida sus lecturas, quien procura vivir en gracia de Dios y recuperarla cuanto antes por medio de la confesión si la pierde, quien reza habitualmente, se dirige a Dios y lo pone en el centro de su vida, es una persona que está viviendo su fe, es una persona que llegará a tener una fe madura que dará muchos frutos y la comunicará a los demás. Apreciemos y custodiemos el don de la fe.

Hasta la próxima semana, si Dios quiere.

Pbro. Eduardo Michel Flores.