Una vez una joven me preguntó:

-Padre, ¿qué le pasa a quien se suicida?, porque hace unos días, una compañera de mi escuela comentó que ella había oído que una persona que se suicida se condena, yo le dije que no creía que así fuera, porque si Dios es un Padre bueno, como la Iglesia nos ha enseñado siempre, no permitiría que fuera al infierno alguien que se hubiera quitado la vida por una depresión, por ejemplo; pero ella dijo que el quinto mandamiento de la Ley de Dios dice ‘No matarás’, así que si alguien le quita la vida a otra persona o se la quita a sí mismo, comete un pecado mortal, y como es la última acción que realiza en su vida, se va al infierno, porque morir en pecado mortal conduce al infierno; yo no creo que sea así, pero como no sé explicarlo, por eso quise venir a preguntarle.

Yo le respondí:

-Tienes razón, la Iglesia, auxiliada por las ciencias humanas, como la psicología, dice que cuando una persona se quita la vida, por ejemplo por una depresión, internamente no es totalmente libre, y, por lo tanto, no es un acto plenamente voluntario, así que no hay pecado mortal, ya que no fue un acto deliberado. Hace tiempo se creía que el suicidio significaba rechazar la salvación ofrecida por Jesús, por eso en muchos lugares, las personas que se suicidaban no pasaban por la Iglesia, no había responso, exequias o una oración en su velorio. Con el tiempo, la Iglesia ha ido aprendiendo, ayudada de las ciencias humanas, que quien se suicida no es totalmente libre, ni responsable, por eso cuando la Iglesia sabe que alguien se quitó la vida, no duda en orar por su eterno descanso y por el consuelo de su familia.

La postura de la Iglesia sobre el suicidio ha evolucionado a lo largo del tiempo, y la comprensión actual refleja una mayor sensibilidad hacia los problemas de salud mental. Es importante destacar que la Iglesia reconoce la complejidad de los factores que pueden llevar a una persona al suicidio y aboga por la misericordia y la comprensión en lugar de emitir juicios definitivos sobre el destino eterno de una persona que se suicida.

Históricamente, la Iglesia consideraba el suicidio como un pecado grave, ya que infringía el mandamiento “No matarás”. Además, se creía que aquellos que se quitaban la vida eran condenados al infierno. Sin embargo, en la actualidad, la comprensión de la Iglesia sobre el suicidio ha evolucionado, reconociendo la importancia de ciertos factores, como la salud mental, las circunstancias personales y el sufrimiento emocional.

El Catecismo de la Iglesia Católica reconoce la influencia determinante de factores psicológicos, culturales y sociales en el comportamiento humano, que pueden conducir al suicidio. La Iglesia, en el tema del suicidio, subraya la importancia de la misericordia de Dios e insiste que solo Dios, en su infinita misericordia, puede juzgar la gravedad del pecado y la responsabilidad de una persona.

La postura actual de la Iglesia es más comprensiva y reconoce que el suicidio puede ser el resultado de complejas circunstancias y problemas de salud mental. La Iglesia afirma que solo Dios conoce el corazón de una persona y, en su misericordia, puede tener en cuenta factores atenuantes. No se pronuncia de manera definitiva sobre el destino eterno de aquellos que se suicidan, dejando ese juicio en manos de Dios.

Evitemos juzgar a quien se suicida, solo Dios conoce el sufrimiento que padece.

Hasta la próxima semana, si Dios quiere.

Pbro. Eduardo Michel Flores.