Una vez entró un señor en el confesionario y me preguntó: “Padre ¿estoy obligado a perdonar una grave ofensa recibida?”, le respondí: “¿Por qué me pregunta eso? ¿Qué ofensa es esa de la que usted habla?”, entonces él me dijo: “Permítame contarle la historia. Mi papá murió hace tiempo y dejó su testamento en el cual nombró a mi hermano mayor como albacea, desgraciadamente mi hermano mayor se tomó atribuciones que no le correspondían, pagó sobornos aquí y allá, y terminó apropiándose de los bienes de mi padre arbitrariamente, razón por la cual yo siento un odio muy grande hacia mi hermano y no lo quiero ni ver. Ya han pasado unos años de todo esto, pero a mí no se me baja el coraje y sigo sintiendo un rencor muy grande. La verdad es que desde entonces no me había confesado, porque no siento arrepentimiento de no perdonarlo, y sigo sintiendo un enojo muy grande. Cada vez que hay una reunión familiar por cualquier motivo yo prefiero no asistir para no ver a mi hermano, pero el otro día mi esposa me dijo que como cristiano que soy, estoy obligado a perdonar las ofensas recibidas, por graves que sean, yo la verdad no sé qué pensar, porque, por una parte, cuando vengo a misa escucho que los sacerdotes nos hablan de la necesidad del perdón y me siento mal por traer este rencor bien arraigado en mi corazón; pero por otra parte, algo en mi interior me dice que tengo derecho a sentir este resentimiento, porque el daño que me hizo mi hermano fue muy grande, sobre todo porque me quedé sin trabajo desde hace unos meses y he tenido necesidad de recursos para sacar adelante a mi familia, y los bienes que por derecho me correspondían y que mi hermano se quedó me hubieran ayudado mucho en este momento de grave necesidad, por eso estoy aquí, para preguntarle si estoy obligado a perdonar una ofensa tan grave como la que recibido”, yo le dije: “En estricta justicia, el perdón no se puede imponer o exigir, a nadie se le puede obligar a perdonar, porque muchas veces el culpable no merece el perdón, pero si se le perdona, más que justicia el perdón se convierte en un generoso acto de caridad y misericordia. El cristiano tiene que ir más allá de la estricta justicia, es decir, tiene que guiarse por la enseñanza del evangelio. Jesús en la oración del Padre Nuestro nos enseñó a orar diciendo ‘perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden’, lo cual implica que el perdón y la misericordia divinas no pueden penetrar en nuestro corazón mientras no hayamos perdonado a los que nos han ofendido, ya que, al negarnos a perdonar a nuestros hermanos, el corazón se cierra y su dureza lo hace impermeable al amor misericordioso del Padre. Si bien es cierto que la ofensa que usted ha recibido es muy grande, más grandes son los pecados que cometemos y que hemos cometido contra Dios y él siempre está dispuesto a perdonarnos. Si Dios siempre nos perdona todos los pecados, por graves que sean, también nosotros debemos estar dispuestos a perdonar al prójimo, aun los pecados más graves que haya hecho en contra nuestra. En otras palabras, solo si hemos experimentado el perdón de Dios seremos capaces de perdonar al hermano”, entonces él me dijo: “Padre, entiendo muy bien lo que me está diciendo, pero qué difícil resulta perdonar a quien nos ha ofendido, qué duro es a veces vencer el rencor y el resentimiento que surgen como consecuencia de una ofensa recibida, ¿Cómo se le hace para perdonar?”, yo le respondí: “Si el perdón fuera fácil cualquiera lo practicaría, y entonces no tendría ningún mérito perdonar, pero no es fácil, más bien es difícil, es todo un proceso, hay que ir dando pasos, pero desde el principio debemos saber que solo con la ayuda de la gracia de Dios es posible perdonar, hay que animarse a dar el primer paso, uniendo a nuestra voluntad de perdonar la ayuda de la gracia de Dios para poder hacerlo, solo así será posible, sobre todo en ofensas más graves”.
En la enseñanza de Jesús encontramos también otras exhortaciones que nos invitan al perdón: «Sean perfectos “como” es perfecto su Padre celestial»; «Sean misericordiosos, “como” su Padre es misericordioso»; «Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros. “Como” yo los he amado, así se amen también ustedes los unos a los otros». Observar el mandamiento del Señor de ‘perdonar al hermano’ no es fácil apoyados únicamente en nuestra limitada naturaleza humana, solo se puede participando en la santidad, en la misericordia, y en el amor de nuestro Dios. El Espíritu Santo puede hacer que tengamos los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús. Así, el perdón se hace posible, «perdonándonos mutuamente “como” nos perdonó Dios en Cristo». La parábola del siervo sin entrañas, que contiene una enseñanza del Señor sobre el perdón recibido y ofrecido, termina con esta frase: “Esto mismo hará con ustedes mi Padre celestial si no perdonan cada uno de corazón a su hermano”. No está en nuestras manos no sentir ya la ofensa y olvidarla; pero el corazón que es dócil al Espíritu Santo cambia la herida en compasión y purifica la memoria transformando la ofensa en intercesión. El perdón del cristiano debe llegar hasta el perdón de los enemigos, a ejemplo de Jesús. Así el perdón transfigura al discípulo configurándolo con su Maestro. El perdón es cumbre de la vida cristiana, porque Dios es amor y la expresión más alta del amor está en el perdón. Además, el perdón da testimonio de que, en nuestro mundo, el amor es más fuerte que el pecado. Los mártires de ayer y de hoy dan testimonio de Jesús perdonando a sus verdugos. El perdón es la condición fundamental de la reconciliación de los hijos de Dios con su Padre y de los hombres entre sí. No hay límite ni medida en el perdón. Nosotros somos siempre deudores, san Pablo decía: “Con nadie tengan otra deuda que la del mutuo amor”. El perdón solo será posible apoyados en la oración y sobre todo en la participación constante en la Eucaristía, sacramento del amor, que nos capacita a perdonar siempre.
Que Dios los bendiga, nos leemos la próxima semana.
Pbro. Eduardo Michel Flores.
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