Cuando pienso en la Virgen María, me vienen a la mente grandes santos que consagraron sus vidas a escribirle tratados, dulces alabanzas y bellos reconocimientos. Realmente son maravillosas las anécdotas, himnos y oraciones que le dedicaron a la Virgen grandes santos como: San Efrén, San Bernardo, San Ildefonso de Toledo, San Luis Grignon de Montfort, Juan Duns Scoto, San Alfonso María de Ligorio y San Maximiliano Kolbe, entre otros. Todo lo que se puede expresar sobre Nuestra Madre no tiene fin y cada día podemos seguir descubriendo con gran asombro “todas las maravillas que el Todopoderoso hizo sobre Ella”.

Hoy quiero dedicarle a María Santísima mi oración que surge como reflejo de algunos versos de un poeta del Romanticismo Alemán de finales del siglo XVIII: Novalis. Sus Cánticos Espirituales brindaron a los hombres de su tiempo profundo consuelo y una invitación a la vida interior, gracias a su devoción y enseñanzas en la adoración. Llevemos a nuestro corazón la poesía de este gran autor que supo cantarle humildemente a María, mostrándole su cariño y entrega:

“Quien una vez oh, Madre, te ha mirado, jamás tendrá la perdición en suerte; de aflicción llorará de ti apartado, te amará con ardor hasta la muerte, y quedará en su alma soberana la huella de tu gracia sobrehumana…”

Si con sólo mirarte, Madre del Amor Hermoso, nos regalas tu gracia e intercesión como garantía de salvación, ¿Cómo lograr que el mundo te contemple? ¿Cómo llevarte a los seres más heridos? ¿Me permites mirarte con los ojos de los otros que están ciegos a lo verdadero y esencial?

“En tu bondad mi corazón confía; si en mi necesidad no me desdeñas, ten de mí compasión, oh madre mía, hazme desde la gloria alegres señas. En ti tiene mi ser su firme asiento, en mi socorro ven, sólo un momento…”

¡Ven, ven María Santísima! ¡Que esas alegres señas sean fuente de esperanza para los seres humanos que se pierden en la desesperación y en la tibieza!

“Los templos donde el mundo te bendice refugio son aún de mi existencia. Oh tú, reina del cielo bendecida, toma este corazón, toma mi vida…”

Gracias, Virgen María, por cada santuario donde encontramos tu morada y tu auxilio. Gracias, María, porque también haces tu hogar en cada alma que se ofrece a ti.

“¿Acaso no he gozado en dulce calma durante largos años tus mercedes? En mi infancia feliz, oh suave encanto, sorbí la leche de tu pecho santo. ¡Cuántas veces tu gracia me bendijo! Con candor infantil yo te miraba. Sus manitas me daba tu hijo, que un temor de perderme me agitaba. Tú, llena de ternura, sonreías y me besabas. ¡Oh dichosos días! Lejos ya está este mundo bienhadado; de pena sangra el corazón contrito; errante voy, sin guía y conturbado. ¿Habrá sido tan grande mi delito? Cual niño, toco el orla de tu manto; aligérame, al fin de mi quebranto. Si un pobre niño tus facciones puras mirar puede y confiarse a tu cariño, desata de la edad las ligaduras y tú haz de mí párvulo, tu niño: en mi pecho la más filial ternura desde aquella edad de oro aún perdura…”

En estas palabras podemos ver cómo se va dando nuestro desarrollo espiritual: de niños te recibimos, María, y te queremos con ternura. Crecemos y dudamos, pasa la vida y te fallamos. Por eso, es realmente noble la petición de Novalis: ¡Que salgamos del tiempo y conservemos ese corazón puro de los niños para que siempre confiemos en tu cariño!

“En mil cuadros he visto retratada tu bella faz dulcísima, Oh María; más en ninguno estás representada tal como te contempla el alma mía. A tu vista, el tumulto de la tierra se me disipa como un sueño inestable, y un cielo de dulzor inenarrable eternamente en mi ánima se encierra”.

Termino esta plegaria, ofreciéndote, Madre Buena, esa imagen de tu belleza que yo intuyo en mi interior, diferente a la que otros han visto, pero que lleva el distintivo de una hija tuya que hoy se consagra a tu Inmaculado Corazón. Amén

 

VOCES EN EL TIEMPO

MARTHA MORENO DE DONNADIEU