Como una invitación a participar en un encuentro con San José Sánchez del Río, cuya historia y amistad con Cristo se nos presenta en la película Mirando al Cielo, hecha desde el corazón y con una fe profunda, buscando presentar de nuevo a Cristo a un mundo confundido, hoy les quiero compartir las enseñanzas que recibió José por parte de un personaje que él admiró mucho y que también fue mártir un año antes que él, dejando huella en la juventud cristiana de su tiempo. Los escritos del beato Anacleto González Flores (1888- 1927) generaron una llama de amor y deseos de libertad, forjando jóvenes valientes, comprometidos y generosos. Anacleto no estaba de acuerdo con la lucha armada. Su visión de liderazgo cristiano fue despertando a la juventud, llevándola a descubrir el sentido de vida en el valor de la filiación divina (hombre que se sabe hijo muy amado por Dios) y se reconoce rey, sin egoísmos o vanidades, para abrir el paso al reinado de Cristo en la tierra.

Yo me imagino a José en su entorno familiar y de amistad, siempre nutrido de oración, alegría, esfuerzo y virtud. Entendía la vida en su sentido total, no sólo en su aspecto material. Sabía que nuestro paso por la tierra es rápido y que la eternidad valía cualquier sacrificio. Creo que él puso en práctica lo que Anacleto puso en papel en su obra: Tú serás rey, que trata sobre la osadía cristiana. Anacleto dedicó sus escritos a la Acción Católica, movimiento juvenil, del que formaban parte José y sus hermanos.

Anacleto, ante un empobrecimiento de hombres y de valores, se propuso sacar a los jóvenes de la pusilanimidad y del apocamiento en el que estaban inmersos. No me imagino cómo vería a los jóvenes de ahora que han sido tomados por una tecnología sin límites, por un relativismo que esclaviza y por una visión materialista del mundo sin Dios. Escuchemos la voz de Anacleto: “Nos hemos empequeñecido. Nuestro apocamiento no nos deja ni siquiera concebir que sea posible empinarnos sobre nosotros mismos y ser dueños de nuestros destinos y nuestra voluntad… Hemos renunciado a ser reyes porque creemos que no podemos con la carga y preferimos nuestros harapos de mendigos… Hay que matar nuestro apocamiento y poner en su lugar todo el inmenso arranque de acometida de la osadía cristiana… Con un acto de presencia de Cristo en la mitad de las batallas del pensamiento, de la palabra, de la prensa, del libro, de la cátedra, de las escuelas, de la política, de la organización y de la totalidad de la vida llegaremos a ser reyes, no para nosotros, no para nuestra vanidad, ni para nuestros planes personales, sino para que reine Cristo sobre las montañas y sobre los tejados”.

Anacleto invitó a toda la juventud de su patria, de su México, a ponerse de pie. Joselito aceptó esa invitación, primero por parte de Cristo, que lo fue llevando a moldear su espíritu y su carácter, para convertirse en un instrumento de sacrificio y de amor. Para Anacleto, la juventud era el momento de la plasticidad del espíritu y del cuerpo, en el que se debía trabajar para encontrar los rasgos definitivos de la propia fisonomía. Las herramientas que recomendó para esa forja de la personalidad eran: 1. La dirección de un maestro, un espíritu alto y experimentado, que hubiera sabido hacer de su vida una obra maestra. 2. El libro, bien elegido, como aceite sagrado que se debe poner todos los días en la lámpara de nuestra vida, para mantener siempre encendido el ideal. 3. La meditación, porque bajo su influjo nace un arranque de fuerte e intenso convencimiento que arroja al espíritu hacia rumbos bien definidos y le da a la voluntad una dirección permanente. 4. La amistad, puesto que es amor como fuerza viva que se traduce en reflujo constante de ideas, sentimientos y actitudes. Ese reflujo completa y transforma todos los días la personalidad. La amistad siempre implica una dádiva recíproca y es aliento espiritual irremplazable. 5. El sacrificio logra edificar una alta personalidad. Sin esa piedra angular es imposible construir algo sólido en orden a los valores morales. Es necesario tener la disciplina, el hábito del sacrificio voluntario y permanente. 6. La acción, que no es otra cosa que obrar sobre la realidad viva que nos envuelve y que equivale a una especie de gimnasia de nuestro ser. La musculatura central del espíritu se encuentra en la armadura de la voluntad, es decir, en el carácter.

Pienso en cada una de esas herramientas y las encuentro en San José Sánchez del Río. Su ser estaba listo para realizar su destino en el martirio. Su vida breve dio todo de sí y llegó a las cumbres más altas de la santidad. Vivió la pasión de Cristo. Su sacrificio sigue y seguirá dando frutos. Las siguientes palabras de Anacleto parece que fueron dirigidas a Joselito: “Y cuando sientas que la mirada de un alto espíritu ha pasado por encima de tu frente y de tus destinos; cuando las páginas del libro, el grito escondido de tu meditación, el calor de la amistad, la mordedura del sacrificio y el vértigo y el tumulto de la acción te estrujen y te moldeen, espera con ciega confianza que se precipitará el día de tu perfeccionamiento y la hora de la realización de tu destino”. Todo lo encuentro en la historia de José que nos sigue invitando a ganar el cielo y a reconocer a Cristo como rey. Pienso en el beato Carlos Acutis que dijo: “Si Dios posee nuestro corazón, poseeremos el infinito”. El corazón de Joselito era de Dios y esa posesión del infinito le dio la osadía para actuar con convencimiento y entrega generosa en una lucha por la verdad y la libertad. No dejen de ver la película Mirando al cielo, dirigida y producida por Antonio y Laura Peláez. Encuentro en Antonio y en Laura esa figura de “maestro” de la que habló Anacleto. Ellos han sabido hacer de su vida una ofrenda de amor a Dios y fueron invitados a presentar nuevamente a Joselito para devolver vida al hombre actual. Estoy segura de que esta película impactará su corazón.

VOCES EN EL TIEMPO

MARTHA MORENO