Si uno observa detenidamente el ambiente que nos rodea y se detiene a descifrar la propaganda, ideología e imágenes con las que los medios nos bombardean a todas horas, pudiera llegar a pensar que el concepto que se nos presenta de
“buena ventura” siempre va ligado al éxito profesional, riquezas, fama, logros, popularidad, placer, poder y a tener siempre la razón. La realidad es que esto no siempre fue así. Hay una fuerte inversión en la jerarquía de valores de las personas que ha hecho que lo que debería estar en la cima de la escala, de acuerdo a la esencia del hombre y a su capacidad de dar verdadera felicidad, ahora esté prácticamente ausente de la lista, y lo que debería estar en la parte de abajo como medio para alcanzar lo superior sea ahora lo que prevalece y confunde a la persona, llevándola al error y al vacío. Los grandes pensadores de la antigüedad sabían que la espiritualidad y moralidad (virtud) estaban muy por encima de los aspectos físicos, económicos o sociales que hoy constituyen las metas más altas de los seres humanos.

¿En qué consiste realmente la “buena ventura” y cuáles serían las señales de que una persona posee una vida afortunada y feliz? Hay ciertas cualidades que una persona de “buena ventura” irradia y jamás pasarán inadvertidas: sonrisa en el alma que se manifiesta al exterior; paz que viene de una conciencia formada y tranquila; gozo en el servicio; unión con Dios; conocimiento de sus propios talentos que sabe entregar a los demás; equilibrio y balance de vida; virtud en sus acciones; deseos de unidad y reconciliación; amistades profundas; reflejo de verdad y humildad; amor que se manifiesta sin reserva, en especial a los más débiles; seguimiento de una misión; ser santuario para que su prójimo se sienta en confianza y resistencia a la manipulación. ¿Es fácil encontrar a este tipo de personas que saben trascender a lo efímero y alcanzan niveles mucho más altos de felicidad? Es difícil, pero a eso estamos todos llamados. Recordemos la frase de San Agustín: “Nos creaste, Señor, para Ti, y nuestro corazón andará siempre inquieto mientras no descanse en Ti”.

Para hacer un elogio a la “buena ventura” les quiero presentar hoy a San Buenaventura, un santo que surgió al ocaso de la Edad Media y que llevó su nombre de adopción a su realidad de vida. Todos sus dotes intelectuales los maximizó aprovechando la oportunidad de estudiar en Paris y Arles, donde tuvo grandes maestros como Alejandro de Hales y Juan de la Rochelle. Cuando conoció a miembros de la orden franciscana se sintió llamado a seguir ese camino y a combinar de una bella manera el ser de Paris y querer ser de Asís. De Paris vendrían los aspectos de verdad y belleza. Asís lo llevaría al centro del amor y la bondad. Pronto fue nombrado General de la orden y le tocó ser el que unificara las diferentes posturas que habían surgido entre los hermanos menores. Uno de los medios que utilizó para dar estabilidad a los franciscanos fue el de escribir la Leyenda Mayor, que fue una lectura teológica de la vida de San Francisco, tomando documentos y testimonios directos de los que conocieron al fundador.

Ya en su etapa de madurez fue nombrado obispo de Albano y cardenal de la Iglesia. Le tocó dirigir los trabajos preparatorios para el II Concilio de Lyon al que le tocó asistir. Murió el 15 de Julio de 1274. A pesar de no haber continuado su carrera en el mundo académico, pudo escribir obras que siguen invitando al amor de Dios y a su conocimiento. Una de ellas fue el Itinerario de la Mente hacia Dios donde reflejó la experiencia de San Francisco, siguiendo las huellas del viaje de su alma desde la contemplación del mundo físico hacia el mundo espiritual, para progresar a la unión con Dios. San Buenaventura dio siempre ejemplo de humildad y caridad. Fue nombrado Doctor Seráfico por sus virtudes angélicas.

Escuchemos a San Buenaventura en su Itinerario del Alma a Dios: “Ya que la bienaventuranza no es más que el disfrute del Sumo Bien y el Sumo Bien está por encima de nosotros, nadie alcanza la felicidad si no se trasciende a sí mismo, no con el cuerpo, sino en el corazón. Pero no podemos elevarnos sobre nosotros mismos sino a causa de una fuerza superior que nos levante… La oración es el principio y la fuente de tal acción elevante”.

San Buenaventura fue realmente un hombre afortunado, exitoso y plenamente feliz que reflejó todas las señales antes mencionadas de “buena ventura”. Pidamos su intercesión para que nos ayude a equilibrar nuestras vidas de tal forma que sepamos reconocer el amor de Dios, tener nuestros valores ordenados conforme a la verdad y gocemos de la “buena ventura” que implica el seguir nuestra misión con alegría.

 

VOCES EN EL TIEMPO

MARTHA MORENO