¿De qué manera nos percibiría un artista si se le diera la encomienda de pintarnos, no desde nuestra forma externa sino desde lo que captara de nuestro interior? ¿Entraríamos en el común denominador de los seres humanos del siglo XXI, que serían representados como fuentes de lágrimas por tantas heridas, soldados a la defensiva ante tanto resentimiento, cubos de hielo por la superficialidad o indiferencia, osos hibernando en cuevas de confort o pájaros en jaulas, presos de temores y miedos? ¿No sería maravilloso que el artífice de belleza pudiera descubrir, en nuestra mente y en nuestro corazón, rostros con sonrisas, notas musicales, paisajes con flores, letreros de bienvenida o campanas de celebración? ¿Cómo se da el paso para desprendernos de las amarguras que nos esclavizan, buscando dar espacio a las bondades que se nos ofrecen cada segundo?

Quisiera partir de dos frases que hace tiempo leí del escritor italiano Giovanni Papini: “a) El canto del cielo replica victoriosamente a la prosa de la tierra y b) Cada jornada es reconciliación”. Nuestros recursos para aliviar todos esos estados que nos impiden ser verdaderamente libres, vienen de arriba y sólo seremos capaces de apreciarlos si aprendemos a vivir plenamente en el presente, donde cada instante es una invitación a la reconciliación. ¿Con quién debemos reconciliarnos? Es larga la lista: con Dios, con nosotros mismos, con nuestra familia, amistades, compañeros de trabajo o comunidad, nuestra actividad, nuestras decisiones y con la creación.

Para combatir las amarguras del resentimiento, temor, superficialidad o dolor no ofrecido, podemos iniciar reconociendo que, mientras esos huéspedes no dejen de habitar en nuestro ser, no podemos abrirnos a la serenidad, al impulso de nuestros talentos, a las oportunidades de servir y a un encuentro profundo con Dios. Cada jornada, cada hora, cada minuto y cada segundo los podemos aprovechar para despertar al perdón si buscamos trabajar todo aquello que produce verdadera alegría en el alma. Algunos ejemplos son: la compasión, el servicio, el trabajo bien hecho, la oración, la contemplación, la música, la poesía, la naturaleza, la amistad, el estudio de algo que nos apasione, etc.

¿Cómo llevar el canto del cielo a la prosa de nuestra tierra para sanar nuestras amarguras? Puede ayudarnos mucho la integración de cuatro disciplinas a nuestras vidas: 1. ORACIÓN CONSTANTE: En aprovechamiento de nuestro presente para orar, meditar y contemplar. La oración de Jesús: “Señor Jesús, Hijo de Dios, ten misericordia de mí”, repetida constantemente, es una gran fuerza para sanar nuestra mente. 2. ASOMBRO: Para despertar nuestra mirada a la apreciación de la naturaleza, a la bondad humana que muchas veces está oculta, y al encanto que produce el mundo del arte. 3. ESCUDO: Proponernos colocar un guardián en nuestra mente para que no dé entrada a esos recuerdos que nos hacen continuar enojados y darle también el encargo de presentarnos realidades que nos sacudan para salir de nuestra indiferencia y confort. 4. EJEMPLO: Tener como objetivo conocer mejor la vida de Cristo y de sus santos que se abrieron al amor.

La prosa de nuestra tierra puede recibir preciosas melodías del cielo que borren nuestras amarguras, si sabemos permanecer en el “sacramento del momento presente”. El sacerdote y escritor Jean Pierre De Caussade, en su libro El Abandono en la Divina Providencia, usó el término “sacramento del momento presente” para referirse a la importancia de reconocer en el presente la única oportunidad de encontrar la Voluntad de Dios para nosotros, que siempre llama a la reconciliación y conversión en la fe, la esperanza y el amor. Si nos obsesionamos con el pasado, nunca podremos erradicar las heridas y resentimientos. Si sólo pensamos en el futuro jamás podremos vencer los miedos, temores y ansiedades. Si seguimos envueltos en nuestro egoísmo que no reconoce tiempos, sólo alimentaremos la superficialidad y el hedonismo en nuestro ser.

Santa Faustina Kowalska, Apóstol de la Misericordia, en su oración, colocaba su presente o única realidad en el Corazón de Dios: “Si miro al futuro, me asalta el miedo, más ¿por qué adentrarse en el futuro? Sólo aprecio la hora presente, porque el futuro no habitará en mi alma. El tiempo pasado no está en mi poder para cambiar, corregir o añadir algo. Ni los sabios ni los profetas han podido hacer esto. Por tanto, confiemos a Dios lo que pertenece al pasado. ¡Oh momento presente! Tú me perteneces completamente. Por eso, confiando en tu misericordia, avanzo por la vida como un niño, y cada día te ofrezco mi corazón, inflamado de amor para tu mayor gloria”.

Uniéndonos a la oración de esta gran santa, vivamos cada día como una jornada de reconciliación, que nos permita cambiar esas escenas amargas de guerra, lágrimas o prisión que pudiera intuir un pintor al querer plasmar nuestro interior en un lienzo. Permitamos que ese mismo pintor pueda sentir a Cristo en nuestro interior y, al entrar en contacto con nosotros, quiera dibujar paisajes inspiradores de paz y hospitalidad. Avancemos por la vida al estilo de los niños, como bien escribió Sta. Faustina en su plegaria. Ellos se asombran, aman a Dios, se sienten protegidos y toman el ejemplo de los que más los quieren. Por eso no cultivan amarguras como los adultos. Termino con unas palabras de Pablo Picasso: “Pintar como los pintores del Renacimiento, me llevo unos años. Pintar como los niños me llevó toda la vida”.

VOCES EN EL TIEMPO

MARTHA MORENO