Rescatar es una vocación de amor en la que muchas veces el que ejecuta la acción pone en riesgo su vida para acudir en socorro del que lo necesita de forma apremiante. Como ejemplos de rescatistas por su trabajo tenemos a los bomberos, paramédicos o policías, pero también hay muchas personas que responden a los llamados de auxilio ante diferentes peligros o sufrimientos, entre los que encontramos amenazas de suicidio, soledad extrema, miedos o vacíos existenciales.

En una ocasión, Santa Teresita de Lisieux, al enterarse de que un criminal estaba a punto de ser ejecutado sin haberse arrepentido de los males cometidos, sintió un llamado a rescatarlo. No estaba en sus manos el evitarle la muerte física, pero sintió fuertemente la necesidad de acudir a su auxilio mediante medios espirituales. Ella se dio cuenta de que ella era demasiado pequeña para considerarse una ofrenda valiosa, por lo que decidió ofrecerle a Dios los méritos de Jesús y los tesoros de la Santa Madre Iglesia en rescate del condenado. Estaba segura de que su ruego sería escuchado. Al día siguiente, al ver el periódico, sus ojos se llenaron de lágrimas al darse cuenta de que Pranzini, el prisionero, después de haberse negado a recibir el sacramento de la Reconciliación varias veces, cambió su postura en el último momento, pidió un crucifijo y besó tres veces sus llagas.

Teresita reconoció el valor de un hombre que la sociedad ya daba por perdido. Su estilo creativo de rescate abrió nuevos caminos para que la persona singular descubriera su posibilidad de actuar en ayuda de los que ya por sí mismos perdieron su capacidad de salir de su mal o sufrimiento.

Hay mucha necesidad de rescates a nuestro alrededor, pero vivimos hundidos en la indiferencia. La indiferencia, que va de la mano del egoísmo del hombre moderno, es un mal que debemos combatir. Si nada más somos capaces de vernos a nosotros mismos y nuestros propios problemas, es difícil que estemos disponibles para acudir, en acción, oración u ofrecimiento, al llamado de urgencia de nuestro prójimo. En muchas ocasiones, ni siquiera somos capaces de ver la necesidad de los que tenemos más cerca y que amamos de corazón. Estamos muy ocupados, distraídos, alterados y angustiados.

Algunos ejemplos de santos rescatistas que nos pueden guiar son:

  1. San Maximiliano Kolbe que entregó su propia vida para rescatar a un padre de familia.
  2. San Damián de Molokai que acudió al llamado de los leprosos para darles auxilio espiritual.
  3. San Pedro Nolasco, fundador de la Orden de la Merced, cuyo objetivo era entregarse a cambio de los cautivos cristianos que estaban bajo el dominio de musulmanes.
  4. Santa Teresa Benedicta de la Cruz, mártir en un campo de concentración, que ofreció su vida por la salvación de su pueblo judío.
  5. Beata Laura Vicuña, que se ofreció en rescate del alma de su madre que vivía en pecado mortal.
  6. San Francisco de Asís, con la misión de rescate y reparación de la Iglesia.
  7. Santa Gianna Beretta, quien dio su vida para que su hijo pudiera nacer.

Cada obra de misericordia, ya sea corporal o espiritual, es un rescate. Se rescata de la ignorancia al enseñar al que no sabe. Se rescata de la soledad al enfermo cuando se le visita y se le da nueva esperanza. Se puede rescatar al difunto del Purgatorio cuando se ora por él. Se rescata al hambriento, devolviéndole su dignidad, al darle de comer y ofrecerle palabras de aliento. Acercándonos a los jóvenes podemos rescatarlos del desaliento, confusión y decepción en la que viven. Con consejos, oraciones y atención especial podemos motivar a un matrimonio a renovar su compromiso de amor, o a un anciano a sentirse apreciado y reconocido. Invitar a nuestros amigos a los que no les hemos dedicado tiempo es una forma de rescatarnos a nosotros mismos. Podemos participar en el rescate de sacerdotes con nuestras plegarias y ser partícipes de un rescate del mundo con pequeños actos de paz, bondad y asombro ante la belleza.

Otra ayuda que se puede dar a las personas es la de convertirnos en despertadores de vida espiritual. El escritor Leon Bloy vivía ofrecido a Dios en el dolor por todas las personas que estaban muertas en vida: “¿Cuántas almas verdaderamente vivas hay en esa turbamulta humana? Hay personas eminentes, de genio incluso, pero de alma inerte y que mueren sin haber vivido… Causa espanto pensar que sobrevivimos en medio de una multitud de difuntos que se tienen por vivos; que el amigo, el camarada, el hermano con el que nos tropezamos por la mañana y que volveremos a ver por la noche, no es más que mera vida orgánica, apariencia de vida, una caricatura de existencia que no difiere en nada de cuántas se licúan en las sepulturas”.

Estemos atentos a los llamados de auxilio. El mundo grita sumido en la desesperación, en la soledad y en el vacío. Nuestra sencilla forma de ayudar, aunque pensemos que no vale la pena, puede ser un verdadero salvavidas. Nunca demos a nadie por perdido. Quizás estemos en el mundo para ayudar a una sola persona y esa ayuda brindada sea nuestro boleto para ser rescatados nosotros también.

Termino con una frase de Ernst Jünger que nos invita a descubrir el origen de la verdadera nobleza que consiste en acudir al rescate del necesitado: “En cualquier situación y frente a cualquier hombre, puede convertirse de esa manera la persona singular en prójimo –en eso delata su rasgo inmediato, su rasgo principesco. El origen de la nobleza está en que brindaba amparo – amparo frente a las amenazas procedentes de monstruos y animales feroces. Este es el signo distintivo de los aristócratas y ese signo refulge todavía en el guardián de una cárcel que en secreto le pasa un pedazo de pan al prisionero. Esas cosas no pueden perderse, de ellas vive el mundo. Son las ofrendas en que se asienta”

MARTHA MORENO

VOCES EN EL TIEMPO