“Lo sobrenatural no es remoto ni de difícil comprensión: es un asunto de experiencia de cada día y de cada hora. Algo tan íntimo como respirar”.

C.S. Lewis, Milagros

Durante mi carrera universitaria, cursando la materia de filosofía, conocí la obra de Manuel García Morente. Su libro Lecciones Preliminares de Filosofía fue el que estudiamos durante el curso. Tiempo después, viviendo en otra ciudad, volví a recordar a García Morente en mi propia dirección, porque la calle de mi casa llevaba su nombre. Para mí era sólo un gran filósofo y nunca conocí, hasta ahora, la historia de su conversión, que lo llevó a transformar su vida y ser Sacerdote.

Manuel García Morente nació en Jaén, España en 1886. A los nueve años perdió a su madre y su padre, médico, lo envió a Francia para su formación. Estudió filosofía y tuvo la oportunidad de conocer a Henri Bergson, quien ejerció una influencia importante sobre su pensamiento. El idealismo de Kant fue fundamental en su vida. Su doctorado lo realizó en Madrid y obtuvo la cátedra de ética. Colaboró más adelante con Ortega y Gasset, realizó traducciones del francés y alemán al castellano y desempeñó cargos importantes en la facultad de filosofía, llegando a ser decano. Fue nombrado subsecretario de Instrucción Pública del gobierno de Berenguer. Cuando estalló la guerra civil española de 1936, amenazado de muerte y destituido de sus cargos, se vio forzado a salir de España. Para entonces ya era viudo y su yerno había sido asesinado. Se quedaron desamparados en España sus dos hijas y sus dos nietos.

García Morente se trasladó a Paris. Se encontraba profundamente afectado por la muerte del ingeniero Ernesto Bonelli, su yerno, quien era un hombre bueno y de gran fe. En sus propias palabras: “era un joven de veintinueve años, digno de amor por todos los conceptos”. Pertenecía a la adoración nocturna. La tristeza invadía al filósofo ante tanta pérdida: su familia, su país, su trabajo. Tenía remordimientos por haber salido de España dejando a sus hijas en peligro.  Él no era un hombre de fe, pero la idea de la providencia de Dios no lo dejaba dormir por las noches.

Lo que le ocurrió la noche del 29 al 30 de abril de 1937 no se lo esperaba, no sintió que se lo merecía y definitivamente transformó su vida. Como filósofo lo sacudió profundamente y trató de encontrarle todas las explicaciones posibles por la vía racional. Claramente tuvo una experiencia de encuentro con Dios en la que sintió que se le devolvía su fe de niño y en donde toda su vida se veía envuelta en la Providencia de Dios que lo buscaba a él, que lo invitaba a él. Los antecedentes de su vivencia fueron muchas experiencias de dolor por sus pérdidas y temores, la oración que seguramente ofrecieron por él su madre, su esposa y su yerno ya fallecidos, el ver cómo sus problemas se le resolvían sin él intervenir y lo que él trataba de hacer por sí mismo no le salía bien, y la sensación de una fuerte protección que lo iba envolviendo para llegar a esa noche del 29 de abril.

¿Qué le ocurrió esa noche? Primero que nada, vivió un momento musical que lo llenó de ternura. Fueron tres piezas: el final de una sinfonía de César Frank, la Pavana para un Infante Difunto de Ravel y la Infancia de Jesús de Berlioz. Mientras escuchaba, empezó a presenciar imágenes de la niñez de Jesús. Al sentir la presencia de Jesús sintió a Dios: “Este es Dios, este es el verdadero Dios, Dios vivo, Providencia viva. Es el Dios que vive en los hombres, que sufre con ellos y les da aliento”. Vivió un estado de deliciosa paz al darse cuenta de que, a Cristo, Dios hecho hombre, sí lo podía entender y sintió la certeza de que Jesús lo entendía. Se puso de rodillas y empezó a rezar el Padre Nuestro. No lo recordaba completamente, pero mediante esfuerzos lo logró terminar. Lo mismo le pasó con el Ave María. Esta experiencia única la externó mediante una carta que escribió tres años después a su director espiritual cuando ya estaba en el seminario. Sus hijas se alegraron mucho cuando él decidió hacerse católico, pero no les contó su experiencia de encuentro con Dios. La carta sobre este hecho extraordinario se publicó hasta después de su muerte.

Las hijas y nietos de García Morente pudieron salir de España gracias a los ofrecimientos de ayuda que recibió. Él fue invitado a dar cursos en Argentina y siguió con el proyecto de diccionario que se le había propuesto en Paris. Definitivamente esos sucesos no habían sido golpes de suerte como en un tiempo pensó. Eran regalos de Dios que lo buscaba para que diera sus conocimientos al mundo desde la verdad del amor de Dios. Fue ordenado sacerdote en 1940 y continuó en su cátedra de filosofía. Murió en Madrid, de forma repentina, en 1942.

Lo sobrenatural, como dijo C.S. Lewis, puede ser algo tan cotidiano o íntimo como respirar. Dios sigue actuando y se sigue encontrando con sus hijos todos los días. Me gustó mucho la introducción musical de las visiones de Jesús niño. Una amiga, Cruzada de Santa María, me dijo en una ocasión: “No pidas lo extraordinario para ti. Pídelo para los que están contigo, para los que están a tu alrededor”. Dios siempre llega en el momento perfecto. Eso le pasó a Manuel.

 

VOCES EN EL TIEMPO

MARTHA MORENO