En cierta ocasión una señora me preguntó: “Padre, ¿Qué diferencia hay entre el agua bendita y el agua exorcizada?”, yo le respondí: “En muchos templos y comunidades católicas, los fieles suelen pedir “agua exorcizada” pensando que es más poderosa o más eficaz que el agua bendita común. Sin embargo, es importante aclarar que en la Iglesia ya no debe pedirse agua exorcizada, pues el agua bendita que actualmente se usa en la liturgia tiene todo su valor espiritual y sacramental, y cumple el fin para el cual fue instituida: ayudar al cristiano a vivir en gracia, resistir al mal y santificar los momentos de su vida cotidiana.
Para comprender esto, conviene recordar brevemente qué se entendía antes por agua exorcizada. En los rituales antiguos, especialmente en el Rituale Romanum anterior a la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II, existía una bendición del agua que incluía exorcismos explícitos: se exorcizaba la sal y luego el agua, pidiendo a Dios que alejara del creyente toda influencia del maligno. De ahí nació la costumbre de llamar “agua exorcizada” a la que se preparaba con esa fórmula.
Sin embargo, con la reforma litúrgica y la renovación de los sacramentales promovida por el Concilio, la Iglesia revisó las oraciones y ritos para que su lenguaje expresara con mayor claridad la fe y la confianza en la acción de Dios, evitando toda interpretación mágica o supersticiosa. El nuevo Ritual de Bendiciones, aprobado después del Concilio, suprimió la fórmula de “agua exorcizada” y dejó en uso únicamente la bendición del agua, que conserva plenamente su fuerza santificadora.
El agua bendita es un sacramental, es decir, un signo sagrado instituido por la Iglesia que dispone a los fieles a recibir los frutos de los sacramentos y santifica las diversas circunstancias de la vida. No tiene un poder en sí misma, sino en virtud de la oración de la Iglesia y de la fe del creyente. Cuando un sacerdote bendice el agua, pide a Dios que quienes la usen con fe obtengan la protección divina, sean fortalecidos contra el mal y crezcan en la gracia del Espíritu Santo.
Por tanto, no hay dos tipos de agua: una “normal” y otra “más fuerte”, como si dependiera de la fórmula empleada. Toda agua bendita, sea en una parroquia, capilla o santuario, tiene la misma eficacia espiritual, porque su fuerza proviene de Dios, no de las palabras o de la intensidad de quien la bendice.
Pedir “agua exorcizada” hoy es un error. La Iglesia, con sabiduría pastoral, ha simplificado los ritos y ha unificado el uso del agua bendita, para que todos comprendamos que el poder de Cristo vence al mal por medio de la fe, la oración y los sacramentos, no por fórmulas especiales.
Por eso, cuando uses agua bendita —al entrar al templo, al bendecir tu casa o al santiguarte— hazlo con fe viva, recordando tu bautismo y confiando en la protección de Dios. El agua bendita es suficiente, es signo de salvación y de gracia, y no hay necesidad de buscar agua exorcizada.
La verdadera fuerza del agua bendita está en el poder de Cristo, que santifica todo lo que toca, y en la fe del creyente.
Hay que evitar el uso supersticioso del agua bendita
Cuando alguien piensa:
- “Si me pongo agua bendita, me van a salir bien los negocios”.
- “Si pongo agua en mi auto, se va a vender pronto”.
- “Si uso agua bendita, se va a acabar mi mala suerte”.
Eso es reducir un signo sagrado a un talismán mágico, como si funcionara automáticamente y se manipulara a Dios. Eso ya no es fe cristiana, sino superstición, y en algunos casos hasta magia disfrazada.
Hasta la semana que viene, si Dios quiere.
Pbro. Eduardo Michel Flores.
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