Decorar la casa es una hermosa forma de preparación para la Navidad. Preparar lo externo te ayuda a entrar en una vía profunda de decoración interna que aviva el deseo de esperar a Jesús. Todavía no entramos en el Adviento, y, sin embargo, se espera el período de espera, se siente la nostalgia del hogar y de lo ya vivido en alegría familiar. El tema de este artículo se centra en el “hogar” y en lo importante de sentir su fuerza. El ejemplo perfecto de hogar lo encontramos en la Sagrada Familia de Nazaret.

Hay ciertos elementos que considero muy importantes cuando coloco los adornos navideños. El primero es la relevancia del Nacimiento, para luego seguir con el arbolito. El ambiente tiene que ser invitante: la música navideña es clave; un icono de la Santísima Trinidad me ayuda a centrar mi atención y oración; siempre pongo una Cruz en el arbolito para ahondar en la totalidad del misterio de la Encarnación; una estrella, que me regaló mi hijo mayor cuando estaba en el kínder, tiene un lugar especial y derrite mi corazón, porque actualmente él vive lejos; la corona del Adviento, como primer anuncio de la Navidad, me habla de Cristo como luz del mundo y de cada día que ofreceré al niño Jesús que ya viene.

Acabo de ver una película que me hizo reflexionar en la relación tan fuerte de la Navidad con el hogar. Se llama Se oyen las campanas y trata de un poeta norteamericano, Henry Wadsworth Longfellow, que formó parte del grupo conocido como los poetas de la chimenea o los poetas junto al fuego. Vivió en el siglo XIX y promovía valores familiares en su poesía. La película inicia precisamente en una Navidad donde él, su esposa y sus hijos celebraban con música, poesía, campanas y oración. De su poema “El hogar” tomo estos versos:

“¡Cuán dichoso el afecto que se esconde!
Quédate, corazón, en tu lugar:
Nunca la dicha a la inquietud responde
de almas que corren sin saber a dónde;
vale más el reposo del hogar!”

Esta idea del hogar como espacio sagrado de vida, donde las tradiciones nos siguen uniendo y renovando nuestra esperanza, la encontré hace tiempo en el diario de mi bisabuelo. En el año 1893 vivió diez meses en Chicago. Fue representando a México como parte de la Comisión de Agricultura para la Exposición Colombina Mundial. Él tenía 21 años, su papá había fallecido dos años antes, y era un ávido observador de todo lo que la feria ofrecía, incluida la nueva tecnología emergente asociada a la electricidad. Me llamó mucho la atención que siempre escribía sobre lo que estaba leyendo. Un libro que leyó y compró para regalarle a su mamá, a quien extrañaba mucho, se llamaba: Pensamientos dorados sobre la madre, el hogar y el cielo. La madre, el hogar y el cielo eran colocados al mismo nivel de paraíso. Más adelante, cuando mi bisabuelo ya estaba en México, inició la publicación de dos revistas. La primera fue El Agricultor Mexicano y a la segunda le dio el título El hogar. Pensar en nuestra madre María y en nuestra madre de la tierra nos conduce a ese refugio que es nuestro hogar, y es el hogar de nuestro Padre Dios al que estamos invitados en el cielo. El cielo inicia en la tierra y la Navidad en el hogar es parte de ese cielo. Les comparto unos versos de un poema de Mary Muckle que se citan en ese libro de Pensamientos dorados:

“Hay tres palabras que dulcemente se mezclan,

que en el corazón se instalan;

bálsamo precioso nos confieren.

Son: mamá, hogar y cielo.

 

Construyen un altar donde cada día

la ofrenda de amor es renovada

y la paz ilumina con su rayo genial

la oscura soledad de la vida”.

 

Termino este escrito recordando al poeta mexicano Juan de Dios Peza (1852- 1910), autor de Cantos del hogar. Ese gran poeta le pidió a mi bisabuelo que lo considerara su “amigo viejo” y le dio su retrato para publicarlo en el primer número de su revista El Hogar. Les comparto una estrofa de su poema “A mis hijas”:

“Orad y perdonad; siempre es inmensa
después de la oración la interna calma,
y el ser que sabe perdonar la ofensa
sabe llevar a Dios dentro del alma”.

Preparemos la Navidad con un profundo sentido de hogar.

 

Voces en el tiempo. Martha Moreno.