En cierta ocasión una señora de mediana edad se acercó al confesionario y me dijo: “Padre, yo no soy de esta parroquia, vengo de un templo cercano. Quiero decirle que he criticado mucho al sacerdote de mi comunidad”, yo le dije: “No sé cuál haya sido el motivo de su crítica al sacerdote, pero nuestro Señor Jesucristo nos enseñó cuál deber el procedimiento que debemos seguir cuando un hermano se equivoca. Jesús nos invita a practicar la corrección fraterna, es decir, corregir primero personalmente a quien se ha equivocado, y si no se corrige, hacerlo delante de dos o tres, y si no se corrige, hacerlo delante de la comunidad. Nosotros generalmente nos brincamos los dos primeros pasos y nos vamos directamente al tercer y eso no es correcto, no está bien”, entonces ella me dijo: “Padre, primero que nada quiero decirle cuál ha sido el motivo de mi crítica, el sacerdote en cuestión ‘celebra la misa sin devoción, y entre semana frecuentemente omite la homilía, porque dice que no obliga’, eso no me parece bien, por eso lo he criticado. Por otro lado, quiero decirle que ya he procedido como usted dice, yo he hablado varias veces personalmente con el sacerdote y luego me he hecho acompañar de varias personas, sin embargo, no nos ha hecho caso, por eso he caído en la crítica”, entonces yo le dije: “Mire, la crítica contra el prójimo es un feo pecado que debemos evitar, y más aún, cuando a quien criticamos es a un sacerdote, porque es un ministro de Dios”, entonces ella me dijo: “Y, ¿Cómo hago para desahogar mi frustración? ¿Me aguanto y callo?”, yo le dije: “De ninguna manera. Hay dos caminos que puede seguir y los dos son complementarios, uno es el de hacer mucha oración por los sacerdotes y especialmente por el sacerdote de su comunidad y otro es el de hablar con la autoridad eclesiástica correspondiente para que inviten a este sacerdote a la conversión”, entonces ella me dijo: “Padre, le confieso que yo nunca he orado por este sacerdote, porque me cae mal su actitud y por eso no me nace pedir por él; además en estas circunstancias creí que mi oración no sería escuchada”. Yo le dije: “Para pedir a Dios por una persona no es necesario que nos caiga bien, basta con encomendarla a Dios, para que él haga su obra”, entonces ella me dijo: “Padre, le agradezco mucho sus consejos, trataré de seguirlos”, yo le dije: “De nada, me da gusto haberle podido ayudar”.

Hermanos, no caigamos en la crítica y en la murmuración como si fuera esa la solución a los errores, equivocaciones, defectos y pecados de una persona. Hablar de una persona a sus espaldas contribuye solo a crear divisiones y discordias. Orar por quien se ha equivocado y corregirle a solas o con la ayuda de algunas personas de confianza siempre será la vía ideal para lograr el cambio de situaciones difíciles. Practiquemos más el evangelio de la misericordia y evitaremos así juicios sumarios y sentencias condenatorias contra el prójimo. Pidámosle a Dios que nos conceda mirar a los demás como él los ve, con sumo amor e infinita caridad.

Que Dios los bendiga. Nos leemos la semana que viene.

Pbro. Eduardo Michel Flores.