En una ocasión una señora me preguntó: “Padre, ¿es verdad que todo enojo es pecado? Porque yo, frecuentemente me enojo con mi hijo, porque sale con sus amigos y llega muy tarde a la casa, y el otro día platicando del tema con una amiga, que es muy apegada a la Iglesia, me dijo que todo enojo es pecado, y que no me puedo acercar a comulgar hasta que me confiese, yo no estoy muy de acuerdo con eso, porque creo que hay enojos que son justificados, como mi enojo con mi hijo cuando llega tarde, pero como no estoy muy segura de ello mejor quise venir a peguntar”, yo le respondí: “La Iglesia enseña que el enojo, como toda emoción, en sí mismo no es necesariamente pecado. Es una respuesta natural ante situaciones que percibimos como injustas o perjudiciales. Sin embargo, el enojo puede volverse pecado cuando lleva a comportamientos destructivos, falta de caridad o acciones que van en contra del amor al prójimo”.

 

El caso del enojo de Jesús mencionado en los evangelios es un ejemplo claro de un enojo justo o santo, lo que la tradición ha denominado “ira santa”. El Catecismo de la Iglesia Católica enseña que no todas las emociones negativas son pecaminosas. En el caso de Jesús, su enojo está dirigido hacia la injusticia, la hipocresía o el abuso, y sus acciones están movidas por su celo por el honor debido a Dios y por la justicia (como la purificación del templo en Mt 21,12-13 o su indignación cuando los discípulos impedían que los niños se acercaran a Él en Mc 10,14).

 

La “ira santa” tiene tres características principales:

 

– Está motivada por el amor a la justicia y a Dios: Jesús se enoja porque se estaba deshonrando el templo de su Padre, y porque los niños, que son el símbolo de los humildes y los pequeños, estaban siendo rechazados.

 

– Está controlada y no es desproporcionada: A pesar de la fuerza de sus actos, Jesús nunca perdió el control, ni permitió que el enojo lo llevara a la violencia ciega o a desear mal a las personas. Su enojo buscaba corregir una injusticia, no causar daño.

 

– Busca el bien común y la corrección: El enojo de Jesús no era una explosión de resentimiento personal, sino una respuesta hacia lo que se percibía como mal moral y tenía como fin corregir el error y restaurar el orden justo.

 

En cambio, el enojo se vuelve pecado cuando:

 

– Es desmedido o desproporcionado, y lleva a palabras o acciones que dañan a los demás.

– Está motivado por egoísmo, orgullo o resentimiento personal.

– Se convierte en rencor, odio o deseos de venganza.

– Nos lleva a actuar con injusticia hacia los demás.

 

El Catecismo de la Iglesia Católica dice al respecto: “La ira es un deseo de venganza. ‘Desear la venganza para el mal de aquel al que se debe castigar es ilícito’; pero es loable imponer reparación ‘para la corrección de los vicios y el mantenimiento de la justicia’. Si la ira llega a desear deliberadamente un mal grave al prójimo, es un pecado mortal; es venial cuando no llega a tal deseo y es menor el mal que se quiere”.

 

El enojo es justo o santo cuando busca corregir una injusticia y nace del amor a Dios y al prójimo. Mientras que el enojo es pecaminoso si se deja llevar por el orgullo, el resentimiento o el deseo de dañar al otro.

 

Hasta la próxima semana, si Dios quiere.

 

Pbro. Eduardo Michel Flores.