En una ocasión una joven me preguntó:
-Padre, ¿es pecado tratar a las mascotas como si fueran humanos?
-¿Por qué me preguntas eso? ¿Tú lo has hecho? -le cuestioné.
-No padre, yo tengo una mascota, es un perro, y aunque lo quiero mucho lo trato como una mascota; pero tengo una amiga que no tuvo hermanos y tiene un perro, y veo que en su casa lo tratan como si fuera un hijo, lo visten con diferentes atuendos, según la época del año, lo llevan al peluquero, le compran comida especial muy cara, lo dejan subirse a una silla del comedor cuando la familia se sienta a comer, le permiten subirse a los muebles y a las camas, incluso me dice mi amiga que su perro duerme en su cama con ella, yo le he dicho que eso no es correcto que traten en su casa a su perro como si fuera una persona, pero ella me dice que no tiene nada de malo, al contrario, me dice que ‘una persona que no trate bien a los animales no tratará bien a los humanos’, a mí me parece que eso que hace ella y su familia está mal, pero como ella dice que no, mejor quise venir a preguntarle.
-Ciertamente existe una tendencia creciente a humanizar a los animales, pero desgraciadamente mientras más se humaniza a los animales más se deshumaniza al ser humano, simplemente basta ver esas campañas de ‘animalistas’ que defienden los supuestos ‘derechos de los animales’ logrando hasta multas y penas de cárcel contra quien atente contra ellos, pero al mismo tiempo defendiendo un ‘falso derecho al aborto’, con lo cual se muestra la incongruencia más absurda, por un lado se castiga a quien atenta contra un animal, y por otro se promueve la aprobación del asesinato de un niño en el vientre materno sin ninguna consecuencia; no hay contradicción más grande que defender los supuestos ‘derechos de los animales’ y pisotear el derecho más básico y fundamental que una persona tiene a vivir; dicho esto, hay que decir que las mascotas deben ser tratadas como tales; para saber si una persona comete pecado al tratar a una mascota como humano hay que ver si esa persona estaría dispuesta a darle todo el cariño y la atención que le da a una mascota a un ser humano en necesidad, porque muchos de los que son capaces de compadecerse de un perro o de un gato callejero, no son capaces siquiera de voltear a ver a un ser humano que se encuentra en la vía publica sin comida, sin ropa o sin techo; tristemente, al interés creciente por humanizar a los animales, corresponde una creciente indiferencia por las personas, por sus necesidades y derechos, ese es un pecado de mucha gente de nuestro tiempo.
Hoy existe una tendencia desordenada que afirma la existencia de un nuevo modelo de familia, en la que un animal toma un lugar protagónico en el núcleo familiar y se convierte en algo así como el sustituto de un hijo. Tanto es el agrado y la popularidad de este estilo de vida, que ahora hasta hay restaurantes en los que pueden entrar las mascotas, aviones en los que pueden viajar los animales como personas, hoteles en los que las personas pueden llevar a sus mascotas. Nos encontramos así con situaciones ridículas que poco a poco se van convirtiendo en algo cotidiano. Un animal tiene una vida diferente a la de un ser humano y le debe ser respetada. El riesgo de concebir a un perro como un hijo es perder de vista sus necesidades como perro, es atentar contra su esencia. Detrás de ese deseo de tratar a un animal como a un ser humano, muchas veces se puede esconder un egoísmo muy grande, porque el amor que no se quiere dar a una persona se le da a un animal, eso no puede ser normal, desde hace algunos años muchos jóvenes que se casan prefieren adoptar animales que tener hijos, el número de nacimientos es cada vez menor. Cabe preguntarse, en muchos casos, si quienes tratan a los animales como humanos en el fondo no están evadiendo amar a un ser humano, porque si fuera así, eso sería grave y preocupante, ya que estaría mostrando una sociedad egoísta, que ama más a los animales que a las personas, y estaría así encaminándose irremediablemente a su propia destrucción.
Dios los bendiga. Nos leemos la próxima semana.
Pbro. Eduardo Michel Flores.
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