En cierta ocasión un joven me preguntó: “Padre, ¿Cómo escucho a Dios? ¿Por qué no siento que me habla? Sé que está ahí, pero no lo escucho, le pregunto qué quiere que haga y no sé su respuesta”, yo le respondí: “Esa es una pregunta profundamente humana y muy frecuente entre los creyentes, incluso entre los santos. Muchos católicos, aun cuando tienen fe viva y verdadera, pasan por momentos de silencio de Dios, o al menos, de aparente silencio. Lo importante es no confundir el silencio con la ausencia. Dios está, y habla, pero no siempre lo hace como esperamos”.
¿Cómo escuchar a Dios?
- En su Palabra
Dios habla ante todo por medio de la Escritura, especialmente en el Evangelio. Cada vez que un católico lee la Palabra con corazón abierto, es Dios mismo quien le habla. Pero no basta leer: hay que escuchar con el corazón, dejar que esas palabras resuenen dentro, meditar, quedarse con ellas.
- En la oración silenciosa y contemplativa
A veces buscamos respuestas en el ruido o en la prisa. Pero Dios suele hablar en el silencio del corazón, como lo hizo con Elías en el monte Horeb (1 Reyes 19): no en el viento, ni en el terremoto, ni en el fuego, sino en una brisa suave.
- En los acontecimientos de la vida
Dios también habla a través de lo que sucede. Pero para ver su mano en los acontecimientos, hace falta fe y una lectura creyente de la historia personal, eso que San Ignacio llamaba la memoria agradecida. ¿Dónde me ha salido al encuentro Dios? ¿Qué situaciones me están purificando o guiando?
- En la voz de la conciencia
Cuando uno se va haciendo más disponible, más dócil a Dios, su voz se vuelve más reconocible en lo íntimo de la conciencia: ese impulso a hacer el bien, a renunciar a lo que daña, a tender la mano… Dios susurra, no impone.
- En los demás
Muchas veces Dios nos habla a través de otras personas: un consejo inesperado, una palabra que nos toca, una corrección fraterna, una súplica que nos interpela.
¿Por qué parece que Dios no habla?
- Porque esperamos una respuesta inmediata o espectacular, y Dios habla con paciencia, con sus tiempos.
- Porque a veces hay ruido dentro: preocupaciones, miedo, pecado, orgullo… y eso hace difícil oír su voz suave.
- Porque Dios quiere que aprendamos a confiar más que a entender. Hay silencios que son purificadores, como el de Jesús en la cruz, donde el Padre parecía callar, pero estaba más presente que nunca.
¿Qué hacer cuando uno le pregunta a Dios: ¿Qué quieres que haga? y no hay respuesta?
- Permanecer fiel: seguir haciendo el bien que uno ya sabe que es bueno: rezar, servir, trabajar, amar.
- Ofrecer el silencio como ofrenda: decirle, como San Ignacio, “Dame tu amor y gracia, que eso me basta”, aunque no entienda nada.
- Pedir luz con humildad: “Señor, dime qué quieres de mí”, sin ansiedad, como quien confía en que la respuesta llegará.
- Buscar consejo espiritual: a veces otro puede ayudarte a interpretar lo que tú no ves.
- Esperar en la esperanza: a veces Dios no da una respuesta, sino una presencia. Y esa presencia, aunque parezca muda, sostiene y transforma.
Oración ante el silencio de Dios
Señor,
aunque no oigo tu voz,
sé que estás conmigo.
A veces no entiendo lo que quieres,
pero quiero amarte en todo.
Hazme fiel en el silencio,
y que toda mi vida
sea una alabanza de tu gloria.
Amén.
Hasta la próxima semana, si Dios quiere.
Pbro. Eduardo Michel Flores.
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