Así me preguntó un joven de unos 18 años en el confesionario cuando al inicio de su confesión le pregunté: “¿Cuánto tiempo hace que te confesaste?”, me respondió: “Hace como un año”, yo le dije: “Pero ¿por qué tanto tiempo?”, me decía: “Pues yo creí que no era mucho tiempo”, yo le dije: “Pues sí lo es”, él me dijo: “Padre la verdad no entiendo cada cuándo tengo que confesarme, porque mi mamá se confiesa cada quince días y me insiste que me confiese seguido, mi papá se confiesa cada año y me dice que no es necesario confesarse tan seguido, entonces no entiendo cada cuándo tengo que confesarme”, le dije: “La Iglesia nos dice que debemos confesar los pecados graves o mortales como mínimo una vez al año”, entonces me dijo: “Ah bueno, entonces confesarme cada año está dentro de lo permitido”, le dije: “Sí, pero no deberías conformarte con lo mínimo, porque aunque no sea estrictamente necesaria la confesión de los pecados veniales, sin embargo, la Iglesia la recomienda mucho”, entonces él me preguntó: “Y ¿qué beneficios se obtienen al confesar los pecados veniales?”, yo le respondí: “La confesión habitual de los pecados veniales te ayuda a formar la conciencia, a luchar contra las malas inclinaciones, a dejarte curar por Cristo, a progresar en la vida del Espíritu. Cuando recibes con frecuencia, mediante este sacramento, el don de la misericordia del Padre, te sentirás impulsado a ser también tú misericordioso”. Entonces me preguntó: “¿Y cada cuándo tendría que hacer la confesión de mis pecados veniales? ¿Hay algún plazo?”, le respondí: “La Iglesia no pone plazo a nuestra confesión habitual, eso depende de cada uno, de sus necesidades y circunstancias, para unos será cada semana, para otros cada quince días, para otros cada tres semanas o cada mes, otros lo harán cada mes y medio, lo importante es entender que en cada celebración de la Eucaristía un fiel cristiano debería poder comulgar y si algún pecado grave lo impidiera debe confesarse cuanto antes. Por tanto el criterio debería ser ‘me confieso cada que tenga necesidad y tendré necesidad cuando tenga conciencia de pecado grave’ ”.

Amigos, no aplacemos nuestra confesión habitual sólo por flojera, por apatía o por indiferencia, si conociéramos el gran don del perdón que Jesús nos ha dejado al instituir este sacramento y entendiéramos la gracia que recibimos en este sacramento no nos resistiríamos tanto a participar en él. El Sacramento de la Reconciliación no sólo nos perdona los pecados, sino que además nos da la gracia que necesitamos para cumplir con nuestros deberes diarios y nuestras acostumbradas obligaciones. Por eso deberíamos buscar asiduamente recibir este sacramento, es mucho lo que nos da como para no querer recibirlo. Además la confesión habitual nos ayuda a formar la conciencia en lo que es pecado y nos da la posibilidad de recibir consejos del sacerdote para poder evitarlo. La confesión frecuente ayuda a luchar y vencer las malas inclinaciones a las que el hombre está sujeto. La confesión frecuente nos ayuda a experimentar la sanación que viene de Cristo, el Señor y a crecer en la vida interior alentada por el Espíritu Santo y hace que sintamos el deseo de ser buenos como es bueno nuestro Padre celestial. No veamos la confesión como un molesto trámite que debemos realizar para poder comulgar, porque es mucho más que eso, es un momento privilegiado de gracia en el que Dios nuestro Padre quiere darnos un abrazo misericordioso de perdón y de paz. La confesión frecuente seguramente contribuirá mucho a que alcancemos una vida virtuosa y nuestra propia santificación.

Que Dios los bendiga y si Él quiere, nos leemos la próxima semana.

Padre Eduardo Michel Flores
Confidencias del Confesionario