El pintor italiano del siglo XX, Giorgio de Chirico, fundador de la escuela metafísica, plasmó en su arte una visión irracional del mundo, llena de confusión, silencio y soledad. La combinación de elementos tan variados como sueños, plazas vacías en ciudades de Italia, maniquíes, máscaras, sombras y remembranzas de los griegos, entre otros, produce generalmente sentimientos de desasosiego, perplejidad y nostalgia, por tiempos que fueron mejores y más claros. Las obras de este visionario pintor vinieron a mi mente cuando escuché el mensaje de una persona que vive en Milán diciendo que, en estos momentos de auto-aislamiento, se sentía dentro de un paisaje surrealista. Y ciertamente podemos imaginarlo en una ciudad con sus plazas vacías, personas cubiertas con máscaras sin verles el rostro, miedo generalizado y absoluta melancolía ante la despersonalización que provoca un ambiente de dolor.

Volviendo a uno de mis autores preferidos, Ernst Jünger, quien en tiempos de grandes catástrofes como las dos guerras mundiales, descubrió esa presencia de lo invisible en lo visible y encontró recursos para continuar su misión con ánimo y esperanza, les comparto varias frases de su obra Radiaciones que nos pueden levantar el espíritu para conservar la paz y la confianza:

  1. “He instalado en el desván una celda de eremita”.

Es importante buscar nuestro propio lugar y tiempo para el silencio como un recurso contra la masificación y la manipulación. Estamos aturdidos por tanto ruido y superficialidad. Los eremitas se iban al bosque o se resguardaban en sus propias celdas para adentrarse en la oración. Su refugio les daba fortaleza para vencer cualquier contratiempo.

  1. “La oración atenúa y consume el miedo. La oración purifica la atmósfera”

Hay una angustia generalizada por conseguir purificadores y desinfectantes. Quizá la mayor purificación que necesitamos es la de nuestro corazón que está lastimado por el egoísmo. Esa limpieza va ligada a la oración.

  1. “El azar permanecerá impotente mientras sigamos nuestro destino; lo que a nosotros nos guía es la confianza en la Providencia. Si perdemos esa virtud, entonces el azar queda liberado y nos invade como un ejército de microbios. De ahí también la oración como regulativo, como fuerza que nos hace invulnerables”.

Necesitamos volver a confiar en Dios y en la misión que ha puesto en nosotros. Busquemos hablarle, darle hospitalidad, pedirle que sane a la humanidad de tantos desórdenes, devolverle su lugar en nuestro interior para ya no estar nunca solos, acordarnos de que la fe mueve montañas.

  1. “Tres buenos propósitos: Primero, vivir con mesura… Segundo, mantener siempre abiertos los ojos para los desdichados. Al ser humano le es innata la tendencia a no percibir la auténtica desgracia, más aún, aparta sus ojos de ella. La compasión llega siempre retrasada… Finalmente quiero desterrar de mí el preocuparme por la salvación individual en el remolino de las catástrofes que son posibles. Comportarse con dignidad es más importante. Pues no conseguimos seguridad para nosotros más que en puntos superficiales de un todo que nos queda oculto y es precisamente la escapatoria que ideamos la que puede acarrearnos la muerte”.

Ayudar al necesitado aun en el peligro nos puede devolver la salud espiritual tan necesaria incluso para buscar una sanación física. Esos tres propósitos de mesura, compasión y dignidad tienen un contenido muy fuerte para reflexionar y llevar a la vida.

  1. “¿Cómo podría ocurrir tal cosa, a no ser para que sirviera de lección? Esto es correcto, por cuanto el cosmos está organizado, en una de sus perspectivas, de manera puramente pedagógica”.

El orden en el universo es una de las pruebas a nivel racional de la existencia de Dios según Santo Tomás de Aquino. Ante el relativismo y hedonismo que rigen actualmente el mundo tenemos que ver en los acontecimientos esa presencia educadora de Dios que nos llama a volver a Él.

  1. “Hemos de dejarnos vencer en nuestra condición de racionalistas, y esa lucha es la que está librándose hoy. Dios presenta la contraprueba contra nosotros”.

El hombre ha perdido humanidad, libertad y humildad en su afán de creerse dios.

Ante estos temblores que nos sacuden es bueno arrodillarnos en lugar de sentirnos auto-suficientes. Me encantan las palabras optimistas de Sta. Juliana de Norwich que reflejan la más alta confianza en Dios: “Todo estará bien, todo estará bien, todo estará perfectamente bien”.

 

Antes de terminar, y pensando en las confusiones reflejadas en las pinturas de De Chirico y en nuestro mundo actual, quiero citar al Siervo de Dios, Monseñor Luis María Martínez. En su libro Divina Obsesión, supo contagiar esperanza y confianza en un ambiente de persecución. Se dio cuenta de que Dios estaba con su pueblo en los momentos de alegría, pero también, de forma muy particular, en las pruebas y el sufrimiento, mostrando delicadezas y otorgando regalos muy especiales. Estas palabras son suyas: “¿Verdad que no tenemos que preocuparnos por México? ¿Verdad que de esta Cruz brotará el aleluya de la perfecta alegría?… En esta época, Jesús ha llegado en México al colmo de la condescendencia y de la familiaridad: está escondido en roperos y otros muebles; lo reciben a cualquier hora del día y de la noche y sin estar en ayunas; comulgan los fieles por su propia mano; lo llevan seglares de una parte a otra. A algunas personas que se admiran de esta condescendencia y aun se lamentan de todo esto, les contestó un sacerdote con mucha gracia: -¡Quien se lo manda por enamorado!”. En ese amor de Dios, que prevalece, pongamos siempre nuestra confianza para superar toda melancolía.

MARTHA MORENO

VOCES EN EL TIEMPO