Este año es importante para la ciudad italiana de Pavía, ubicada en la región de Lombardía. Celebran el XIII centenario del regreso de las reliquias de San Agustín a la Basílica de San Pedro en el Cielo del Oro (San Pietro in Ciel d’Oro). Se calcula que el traslado desde África, lugar donde falleció Agustín, ocurrió en el año 723. Liutprand, soberano católico, rescató los restos de Agustín, por consejo del obispo de la diócesis de Pavía, para salvarlos de las invasiones árabes.

El objetivo de los festejos ha sido el de resaltar la figura del obispo de Hipona, para escuchar lo que tiene que decir a las personas de nuestro tiempo. El Papa Benedicto XVI, mostrando su gratitud y admiración por San Agustín, visitó Pavía, en peregrinación, en el año 2007. En ese lugar entregó a la Iglesia y al mundo su primera encíclica: Deus caritas est, expresando que gran parte de su inspiración vino de San Agustín, un enamorado de Dios. Me gustaron mucho las palabras que dedicó Benedicto XVI, en esa peregrinación, a la comunidad de Pavía, en particular a los jóvenes: “Los jóvenes, en especial, necesitan recibir el anuncio de la libertad y la alegría, cuyo secreto radica en Cristo. Él es la respuesta más verdadera a las expectativas de sus corazones inquietos por los numerosos interrogantes que llevan en su interior. Sólo en Él, Palabra pronunciada por el Padre para nosotros, se encuentra la unión entre la verdad y el amor, en la que se encuentra el sentido pleno de la vida. San Agustín vivió personalmente y analizó a fondo los interrogantes que el hombre alberga en su corazón y sondeó la capacidad que tiene de abrirse al infinito de Dios”.

Las memorias de San Agustín y Santa Mónica se acercan, al encontrarnos en el mes de agosto. Los santos no terminan de enseñarnos y, aunque vivieron hace muchísimos años, sus testimonios hablan al hombre de hoy, para ofrecer luz a los problemas de hoy. Agustín, confundido con tantas ideologías, y Mónica, preocupada por su hijo y siempre rezando por él, reflejan lo que sucede en nuestro mundo relativista, hedonista y egoísta. La conversación de Agustín con su madre Mónica, en Ostia Tiberina, que es descrita por Agustín en el capítulo IX de sus Confesiones, ha sido motivo de muchas reflexiones: “Olvidando lo pasado para sólo pensar en lo venidero, discurríamos juntos, a la luz siempre presente que eres Tú, sobre cómo puede ser la vida futura y eterna de los santos, esa que ni el ojo vio ni el oído oyó, ni la mente del hombre se puede imaginar (I Cor 2,9) …”.

A mí me gustó descubrir, en un libro de uno de mis escritores favoritos, Ernst Jünger, una alusión a esa plática, vivida como momento de eternidad y de encuentro con Dios. Esto es lo que dice Jünger en su libro Pasados los Setenta I: “Hemos hablado de San Agustín. Su conversación con su madre moribunda en Ostia a la vista del mar; el paso de la contemplación de las cosas visibles al atisbo de las invisibles. Es, según el profesor Bierbaum, una de las páginas más bellas de la literatura universal… Es un texto que, como me escribe el profesor, no hay que leer por encima, sino vivirlo meditando”. En ese encuentro entre madre e hijo, Mónica expresa que ya puede morir porque su hijo es ya un cristiano comprometido. Ya los dos entienden el mismo lenguaje. Ya no hay barreras entre ellos. Ambos son de Dios. Pero ella tendrá que irse. Su misión está cumplida. El dolor de Agustín es muy grande, y eso lo motiva a describir, con gran amor y gratitud, la nobleza de su madre y a pedir, a sus amigos y lectores, oraciones por su alma.

Algo maravilloso de los santos es que lo que hacen por una persona en realidad lo hacen por toda la humanidad. La oración de Mónica fue el impulso para la conversión de su hijo. Pero también ha sido remedio de salvación para muchísimos hijos de todos los tiempos y ambientes. Agustín pasó por muchas etapas en su juventud, desde la indiferencia a los temas de Dios, su incursión en sectas, su caída en diferentes pecados, su búsqueda continua de la Verdad, su relación con amistades no convenientes para pasar a las que lo ayudaron a volver al buen camino… Mónica siempre estaba presente, con una fe perseverante, sabiendo que llegaría el día del regreso de su hijo. Ella lo había visto en un sueño. Agustín no sólo se bautizó e inició su camino cristiano. Dios siempre da más, mucho más. Agustín terminó siendo doctor de la Iglesia y, gracias a él, podemos entender la naturaleza humana y su necesidad de Dios. Sólo en Dios encontramos la respuesta a nuestros anhelos.

Siempre será enriquecedor el leer o releer las Confesiones de San Agustín. A Santa Mónica la conocemos gracias a su hijo y todo lo que escribió sobre ella. Como recomendación, los invito a leer El Club de Santa Mónica de Maggie Green. La escritora, como madre católica, se propuso dar consejos para aprender a esperar y a orar por los hijos que se han alejado de la fe. No se ha traducido al español, espero pronto lo hagan. Este es un ejemplo de las propuestas del Club de Santa Mónica: “Pregunta a San Agustín y a Sto. Tomás por argumentos convincentes. Pregunta a Sta. Teresita y a Santa Teresa de Calcuta cómo hacer pequeñas cosas con gran amor. Pide a los ángeles de la guarda de tus hijos que los cuiden y al tuyo que vele por ti. En pocas palabras, haz amigos con la compañía de los santos y si tienes santos favoritos, pide su presencia. Encuentra nuevos para agregarlos a la lista. Encuentra el misterio del rosario que más se relacione con la personalidad de la persona por la que estás rezando y haz que sea el misterio especial por tu amado”. Imagino perfectamente a Santa Mónica invitando a los ángeles y santos para que la ayudaran a llevar a su hijo Agustín a la alegría de la fe.

En este año de celebración para la ciudad de Pavía, entremos en su gozo e invitemos a San Agustín como maestro de vida. Tanto él, como su madre Santa Mónica, nos llevarán al infinito amor de Dios: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en ti”.

Voces en el tiempo
Martha Moreno