En este siglo XXI, cargado de tecnología, vida light y admiración por el éxito material, es difícil que las personas encuentren respuestas a su desesperanza en lo que ofrece el mundo. A nivel cultural, económico y social se da un amplio reconocimiento a la inmediatez en los logros y a la espontaneidad con la que se resuelve la vida. El orden y la paciencia son virtudes que aparentemente han pasado a un segundo plano.

Las miradas se dirigen normalmente hacia lo que se obtiene fácil y cuando las cosas cuestan se da toda la facilidad para desecharlas, de tal forma que para muchas personas un compromiso a largo plazo es cosa imposible de lograr.

Es difícil en nuestro ambiente el imaginar la noción de “regla de vida”. Si entendiéramos su valor y utilidad para nuestro desarrollo como personas con una identidad de hijos de Dios, miembros de una familia y comunidad, cada segundo de nuestra vida se llenaría de sentido, podríamos hacer a un lado las confusiones y entraríamos en la alegría de ser capaces de mirar hacia arriba donde hay un plan para nosotros que nos da dirección.

En el siglo VI, San Benito de Nursia elaboró una regla para sus monjes al darse cuenta que la civilización de su tiempo era incapaz de vivir con prudencia y santidad. Veía muchísimos problemas, divisiones, guerras y egoísmos. La jerarquía de valores estaba completamente al revés y necesitaba encontrar una forma de volver a tener a Dios como centro en vidas de sencillez. La fuente de su gran proyecto la encontró en la Santa Cruz de Cristo y a partir de ella propuso un estilo de vida centrado en las virtudes de Jesús. La síntesis de la regla era: Ora et labora (reza y trabaja: vida contemplativa y activa). Algunos ejemplos de temas que trató en esa regla fueron: el trabajo de cada día, la humildad, el silencio, la comida, la recepción de huéspedes, las formas de orar, de servir, de convivir, la ayuda a los necesitados, las celebraciones, etc.

San Benito dio ejemplo, a las numerosas congregaciones que se formarían después de él, de la importancia de tener un conjunto de normas para guiar la mirada hacia Dios.

Hoy les quiero compartir pequeños fragmentos de las reglas que siguieron dos personajes que vivieron a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, y que fueron para ellos las brújulas que marcaron su ascenso en el camino espiritual y humano:

RAISSA MARITAIN.- En el año 1923, la filósofa, mística y poeta Raissa Maritain compuso su propia pequeña regla de vida haciendo tres copias: una para su esposo Jacques, otra para su hermana Vera y la tercera para ella. La elaboró como un folleto que se podía colocar en su misal:

“Acepta todo como venido de Dios. Haz todo para Dios. Ofrece todo a Dios. Y busca ardientemente la perfección de la caridad y el amor a la Cruz…

Cada día daremos el tiempo requerido a la oración silenciosa con sincera humildad y fiel abandono a la divina acción, siempre en el amor por el amor.

Después, en el trabajo y en el descanso, en el silencio o el ruido, nos mantendremos cerca de Dios mediante la oración incesante, sin dejar de cumplir con las obligaciones. El trabajo se combinará con la oración. Gustosos buscaremos silencio y solitud…

El amor al prójimo nos urgirá a salir de todo egoísmo, pero también nos llevará a la sinceridad y a la firmeza… Siempre estaremos listos para ayudar a nuestro prójimo en sus necesidades sin temor a lo que otros puedan pensar… Procuraremos diligentemente practicar una humildad profunda y universal, hacer constantes actos de acción de gracias por todas las bendiciones recibidas, vivir en total confianza y abandono a la misericordia de Dios…”

BEATO CARLOS DE FOUCAULD.- En su oración, Carlos, fundador de los Hermanos del Sagrado Corazón de Jesús y amigo de los Tuaregs, conoció la regla que le dio Jesús:

“Tu vocación: Predicar el Evangelio en silencio como yo, en una vida oculta, como María y José.

Tu regla: Seguirme… Hacer lo que yo haría. Pregúntate en todo momento: ¿Qué habría hecho Nuestro Señor? Y hazlo. Que ésta sea únicamente tu regla, pero tu regla absoluta.

Tu espíritu: Espíritu de amor a Dios y olvido de ti en la contemplación y el gozo de mi dicha, la compasión y el dolor de mis sufrimientos y la alegría de mis alegrías… Espíritu de amor al prójimo, contemplando a Aquel que ama a todos los hombres como un padre a sus hijos y deseo del bien espiritual y material de todos los hombres… Mirando sólo a Dios en todo momento.

Tu conducta hacia los demás: Igual que la mía y la de la Santísima Virgen. Buscar el bien del otro más que el tuyo propio, como la Virgen lo muestra en la Visitación. Sé el consuelo, el sustento, haz el bien, con todos los medios que estén a tu alcance a las personas que te rodean…”

Ante estos ejemplos, tanto de San Benito como del beato Carlos y de Raissa, quizá este instante sea un buen momento para reflexionar: ¿Vivimos conforme a una regla que nos permita ser cada día mejores personas y mejores hijos de Dios? Sería bueno llevar la respuesta a nuestra oración para que Dios guíe nuestro siguiente paso a seguir.

VOCES EN EL TIEMPO. MARTHA MORENO