El grupo musical Il Divo, en su álbum La Promesa, interpreta una canción del compositor Leonard Cohen titulada Aleluya. La letra no es la original del canadiense, pero su nuevo contenido se enriqueció con tintes de compasión y amor a la humanidad. Pudiera copiar toda la letra de lo mucho que me gusta, pero prefiero hacer énfasis en algunos versos para centrarme en el tema actual de la furia de nuestro tiempo:
“Porque la norma sea el amor
y no gobierne la corrupción
sino lo bueno y lo mejor del alma pura;
porque Dios nos proteja de un mal final,
porque un día podamos escarmentar,
con que acaben con tanta furia… ALELUYA”
Es evidente que un clima de violencia reina en el mundo. Falta paz en los países y paz en los corazones. La furia se percibe en los líderes de las naciones, en las calles, en las series de televisión, en las redes, en las familias divididas e incluso en las escuelas. Por todos lados se promueven y justifican las respuestas instintivas ante ofensas recibidas reales o aparentes. En nuestra sociedad light van primero las emociones, los derechos y la defensa de los propios intereses, antes que la búsqueda de acuerdos, la comprensión y la responsabilidad. Guardamos mucha furia y no nos damos cuenta.
Sería algo maravilloso el que se pudiera “acabar con tanta furia” como pide la canción. Un buen inicio sería trabajar nuestra propia violencia interna para buscar convertirnos en artífices de paz.
Hoy les quiero compartir el ejemplo de vida de un verdadero pacifista que supo cómo combatir la furia del mundo y de su mundo interior mediante la oración, la resistencia y la comunidad.
HENRI NOUWEN (1932-1996) fue un sacerdote jesuita holandés que se especializó en psicología. Siendo catedrático en las universidades de Harvard, Yale y Notre Dame escribió más de 40 libros de espiritualidad. Fue un reconocido conferencista y activo pacifista. Muchas personas lo conocen por su libro El Regreso del Hijo Pródigo. A partir de la frase: “Creo que lo más personal es también lo más universal” reconoció las partes más vulnerables de su existencia para hacerlas accesibles a sus amigos, comunidad y lectores, de manera que mediante sus experiencias se abriera ante ellos un puente a la compasión, la hospitalidad, la paz y la reconciliación. Cuando se vio afectado por numerosas angustias decidió acudir al consejo de la Madre Teresa de Calcuta. Ella le recomendó pasar todos los días una hora ante el Santísimo como remedio eficaz y magnífico contra toda inquietud. Ese consejo lo hizo vida y lo recomendó siempre. Ante la sensación de que Dios le seguía pidiendo más, decidió dejar el ambiente universitario para irse a vivir a uno de los hogares El Arca para discapacitados fundados por Jean Vanier. Ya no fue “el maestro”. Sus grandes maestros fueron esos enfermos a los que dedicó su vida. Jesús en la Eucaristía y sus amigos discapacitados le dieron la solución para participar en esa paz que tanto anheló. ¿De dónde partió Henri Nouwen para entrar en ese camino de paz y salir de la casa del miedo? Su respuesta fue de la oración. Lo podemos escuchar en sus palabras:
“La oración hace al hombre contemporáneo contemplativo y atento. En lugar de manipular, el hombre que reza se yergue receptivo ante el mundo. Ya no agarra sino que acaricia, ya no muerde, sino que besa; ya no analiza, sino que admira.” (Encuentros con Merton, p. 34)
“La oración, vivir en la presencia de Dios, es la acción por la paz más radical que podamos imaginar. En la oración anulamos el miedo a la muerte y, por tanto, la base de toda destrucción humana.” (El Camino hacia la Paz)
Henri Nouwen nos sigue hablando en sus libros e invitando a encontrarnos con Jesús en la oración. La oración siempre será ese remedio que nos ayudará a hacer a un lado nuestros miedos, resentimientos y furias internas. Una persona que adquiere la paz de Dios transmite ese don a los demás. Termino con unas palabras de Jean Vanier, gran amigo de Henri Nouwen. En una carta escrita en agosto del 2012 a sus amigos de El Arca les sigue pidiendo oración para que salga de él cualquier rezago de violencia. Este anciano hombre santo sigue humildemente pensando que le falta más paz: “El amor es una luz, una inspiración, un deseo. Pero en la vida cotidiana, no es así todo el tiempo en mi corazón, y en mis acciones muchas veces me pongo en primer lugar y no soy paciente… En El Arca he descubierto que queda violencia en mí. Es por eso que tengo necesidad de recargarme junto a Dios. Necesito que Dios cambie mi corazón de piedra por un corazón de carne. Todavía hay trabajo que hacer en mí…”
Voces en el Tiempo.
Martha Moreno
Leave A Comment
You must be logged in to post a comment.